El cuerpo, ese universo

El cuerpo, ese universo

6 Enero 2021
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Prólogo del libro Luz del cuerpo. Poemas en torno al universo de los cuerpos, por Jorge Souza Jauffred.

Tendido en una azotea nocturna bajo los astros, mientras gira la rueda inconmensurable del zodiaco, o sojuzgado en el instante abierto por el fuego del amor, o subyugado por el filo de una pasión intensa, o desnudo, con los brazos abiertos, cantando al cielo mientras el viento teje sus palabras, el cuerpo siempre es —horizonte y espejo— nuestro más preciado don, nuestra pertenencia íntima.

Nos identificamos con él, lo sufrimos y lo gozamos, y en sus mecanismos y procesos —complejos y exquisitos— fincamos vida, planes y esperanzas. Y, sin embargo, a veces, también lo torturamos, lo atacamos o buscamos destruirlo para acabar así con las penas que lo agobian.

Nada es tan nuestro como el cuerpo, ningún instrumento tiene su eficacia, ninguna máquina, su sabiduría. Miramos por sus ojos, escuchamos con sus oídos y amamos con su piel y sus hormonas. Cuerpo, hermoso o no, saludable o no, magnífico o no, siempre es y será el punto de referencia inevitable para asomar al mundo.

Bendito patrimonio insoslayable, nuestro más bello objeto, nuestra herramienta del placer es también escenario de nuestras penas y dolores, horizonte del sufrimiento y la congoja. Pero, sobre todo, es el símbolo innegable de nosotros mismos, dice a nuestros semejantes quiénes somos y cómo somos.

Pero si el cuerpo es símbolo —acertado o fallido— de nuestra existencia, cada una de sus partes, procedentes de una especialización celular que ha tomado millones de años, tiene un significado diferente y se ha convertido, por muy sobradas razones, en siglo de la función que representa. El corazón, que se acelera al sentir el amor, se convierte también en una metáfora que nos permite acceder a los universos del amor, del sentimiento inevitable de la atracción humana: «me haz roto el corazón», entonces, significa mucho más que lo que dice.

Pero lo mismo ocurre con el cerebro. «Ese muchacho es un cerebrito», no quiere decir que sea un costal de sesos, sino que aquella función que desarrolla el cerebro, es decir, la reflexión, es cosa que el muchacho sabe ejercer muy bien. Cada parte del cuerpo se convierte así en una representación de su trabajo y se extiende al lenguaje para permitirnos comprender mejor el mundo.

Y qué decir, entonces, de la piel. Ese órgano sensitivo que cubrimos con ropa y sólo descubrimos en nuestra propia intimidad o para compartirnos con la persona amada. La piel del cuerpo es el ámbito extenso donde se verifican las caricias: en ella se extienden delicadas dunas, suaves hondonadas, magníficos y húmedos pliegues, recovecos finísimos, bosques alimentados por el tacto, regiones resguardadas por el pudor, aves que se dispersan sobre el pecho y anidan dulcemente en la garganta.

La piel, los delicados pies, la clara pantorrilla, la textura de la parte interna de los muslos, la curvatura de la cadera, las nalgas, los pezones, las pupilas eléctricas, el cabello desordenado o en fleco, los huesos; cada elemento del cuerpo es un espacio donde el lenguaje poético descubre abismos, dulzuras o pesares. Los poetas ahondan en cada sensación para traerla a la palabra. Los poetas se abisman en cada signo tendido sobre el cuerpo para sacudir su significado y entregarlo al lenguaje, de manera que, al recibirlo, comprendamos, a través del jeroglífico de nuestro físico, las raíces profundas de la carne: los renglones del misterio de la vida, entre los surcos de los trigales cultivados por nuestra cultura.

Por ello, no es extraño que Vera Pavlova nos convoque a tocarnos, que Jaime Sabines encuentre aquello que hay más allá del cuerpo y que subyuga (pero que, obvio, sólo tiene como soporte el propio cuerpo) o que Sharon Olds se hechice ante la vista de los penes.

El cuerpo, el cuerpo, el cuerpo: Ese horizonte nuestro, amigo y confidente; cómplice y enemigo, aurora de la vida y miseria doliente del final, juventud y vejez, dolor y sombra, está en palabras, ahora, aquí, para nosotros. Acompáñanos en este recorrido por las formas distintas de entender el secreto y la maravilla, la derrota y el desastre, de nuestro querido cuerpo, presente siempre con nosotros, leal y amoroso, hasta el final.

Publicado originalmente en Luz del cuerpo. Poemas en torno al universo de los cuerpos, Editorial Universidad de Guadalajara (2018).

Te invitamos a continuar leyendo este recorrido poético donde encontrarás distintas formas de entender los misterios y contrastes de nuestro querido cuerpo. Descárgalo aquí.

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Prólogo del libro Luz del cuerpo. Poemas en torno al universo de los cuerpos, por Jorge Souza Jauffred.

Tendido en una azotea nocturna bajo los astros, mientras gira la rueda inconmensurable del zodiaco, o sojuzgado en el instante abierto por el fuego del amor, o subyugado por el filo de una pasión intensa, o desnudo, con los brazos abiertos, cantando al cielo mientras el viento teje sus palabras, el cuerpo siempre es —horizonte y espejo— nuestro más preciado don, nuestra pertenencia íntima.

Nos identificamos con él, lo sufrimos y lo gozamos, y en sus mecanismos y procesos —complejos y exquisitos— fincamos vida, planes y esperanzas. Y, sin embargo, a veces, también lo torturamos, lo atacamos o buscamos destruirlo para acabar así con las penas que lo agobian.

Nada es tan nuestro como el cuerpo, ningún instrumento tiene su eficacia, ninguna máquina, su sabiduría. Miramos por sus ojos, escuchamos con sus oídos y amamos con su piel y sus hormonas. Cuerpo, hermoso o no, saludable o no, magnífico o no, siempre es y será el punto de referencia inevitable para asomar al mundo.

Bendito patrimonio insoslayable, nuestro más bello objeto, nuestra herramienta del placer es también escenario de nuestras penas y dolores, horizonte del sufrimiento y la congoja. Pero, sobre todo, es el símbolo innegable de nosotros mismos, dice a nuestros semejantes quiénes somos y cómo somos.

Pero si el cuerpo es símbolo —acertado o fallido— de nuestra existencia, cada una de sus partes, procedentes de una especialización celular que ha tomado millones de años, tiene un significado diferente y se ha convertido, por muy sobradas razones, en siglo de la función que representa. El corazón, que se acelera al sentir el amor, se convierte también en una metáfora que nos permite acceder a los universos del amor, del sentimiento inevitable de la atracción humana: «me haz roto el corazón», entonces, significa mucho más que lo que dice.

Pero lo mismo ocurre con el cerebro. «Ese muchacho es un cerebrito», no quiere decir que sea un costal de sesos, sino que aquella función que desarrolla el cerebro, es decir, la reflexión, es cosa que el muchacho sabe ejercer muy bien. Cada parte del cuerpo se convierte así en una representación de su trabajo y se extiende al lenguaje para permitirnos comprender mejor el mundo.

Y qué decir, entonces, de la piel. Ese órgano sensitivo que cubrimos con ropa y sólo descubrimos en nuestra propia intimidad o para compartirnos con la persona amada. La piel del cuerpo es el ámbito extenso donde se verifican las caricias: en ella se extienden delicadas dunas, suaves hondonadas, magníficos y húmedos pliegues, recovecos finísimos, bosques alimentados por el tacto, regiones resguardadas por el pudor, aves que se dispersan sobre el pecho y anidan dulcemente en la garganta.

La piel, los delicados pies, la clara pantorrilla, la textura de la parte interna de los muslos, la curvatura de la cadera, las nalgas, los pezones, las pupilas eléctricas, el cabello desordenado o en fleco, los huesos; cada elemento del cuerpo es un espacio donde el lenguaje poético descubre abismos, dulzuras o pesares. Los poetas ahondan en cada sensación para traerla a la palabra. Los poetas se abisman en cada signo tendido sobre el cuerpo para sacudir su significado y entregarlo al lenguaje, de manera que, al recibirlo, comprendamos, a través del jeroglífico de nuestro físico, las raíces profundas de la carne: los renglones del misterio de la vida, entre los surcos de los trigales cultivados por nuestra cultura.

Por ello, no es extraño que Vera Pavlova nos convoque a tocarnos, que Jaime Sabines encuentre aquello que hay más allá del cuerpo y que subyuga (pero que, obvio, sólo tiene como soporte el propio cuerpo) o que Sharon Olds se hechice ante la vista de los penes.

El cuerpo, el cuerpo, el cuerpo: Ese horizonte nuestro, amigo y confidente; cómplice y enemigo, aurora de la vida y miseria doliente del final, juventud y vejez, dolor y sombra, está en palabras, ahora, aquí, para nosotros. Acompáñanos en este recorrido por las formas distintas de entender el secreto y la maravilla, la derrota y el desastre, de nuestro querido cuerpo, presente siempre con nosotros, leal y amoroso, hasta el final.

Publicado originalmente en Luz del cuerpo. Poemas en torno al universo de los cuerpos, Editorial Universidad de Guadalajara (2018).

Te invitamos a continuar leyendo este recorrido poético donde encontrarás distintas formas de entender los misterios y contrastes de nuestro querido cuerpo. Descárgalo aquí.