#LeccionesDelAislamientoUDG | Ronda 6

#LeccionesDelAislamientoUDG | Ronda 6

21 Junio 2021
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  • Finalizar videollamada | Joaquín Emmanuel de la Torre Herrera
  • Escribir más rápido | Marcelo Arnaldo Felipe Medone
  • Existencialismo y Consumismo | Osiris María Echeverría Ríos
  • Ajolotes en pandemia | Valeria Rodríguez Luna
  • Eternidad de tu nombre | Willan Valdemar Castillo Briceño

 

Finalizar videollamada

Joaquín Emmanuel de la Torre Herrera | México

 

A diferencia del atún en lata y de las galletas saladas, nuestro amor caducó al finalizar la pandemia.

¿Entonces para qué lanzamos tantos frascos al mar, para qué lo contaminamos con el desasosiego –antiquísimo como las pestes mismas– sin causa ni pretexto aparente durante todo este tiempo?

Porque responder mensajes de cariño a tientas –no hay que olvidarlo– nos salvó de hundirnos en un profundo abismo; de aquel lugar sin retorno donde las criaturas se vuelven monstruos transparentes atravesados únicamente por una densa oscuridad.

 

Escribir más rápido

Marcelo Arnaldo Felipe Medone | Argentina

 

En mi doble vida de médico y escritor, esta pandemia me obligó a trabajar más como profesional de la salud y me dio la oportunidad de mostrar más mi escritura. Desde que se declaró la pandemia del coronavirus prácticamente no paro de escribir. Empecé a volcar en la pantalla de mi notebook todas mis inquietudes, mis fobias, mis fantasías, mis premoniciones y mis esperanzas sobre esta epidemia devenida global.

Escribí acerca de una anciana que vive sola y está en cuarentena sin ver a nadie, sobre un hombre en aislamiento que es visitado por el fantasma de un viejo amor, sobre una mujer que se murió y lo recrimina a su marido desde la tumba, sobre el nuevo ritual erótico que implica desnudarse del barbijo, sobre un hombre obsesivo de la limpieza y el orden que profundiza sus obsesiones en la pandemia, sobre un niño de once meses que no entiende por qué no puede ver a sus abuelos y todo el mundo tapa su sonrisa con un barbijo, sobre un pianista en cuarentena que tiene terror escénico por videollamada, sobre la invasión de animales salvajes a las ciudades y un perro doméstico que quiere sumarse al desfile, sobre el alma de una mujer fallecida por la enfermedad que está presa en cuarentena en el dormitorio de la muerta, sobre conspiraciones de laboratorios y farmacéuticas por las vacunas, sobre un magnate que se aísla en un búnker y no sabe que la pandemia ya pasó, sobre invasores del espacio que plantaron el virus en China, sobre un grupo de astronautas que regresan de Marte después de dos años y no saben que se instaló la pandemia, sobre la extinción de los dinosaurios por culpa de un mono chino infectado con el virus enviado al pasado, sobre la pandemia desde el punto de vista del mismo virus.

Felizmente, me publicaron absolutamente todos estos relatos ficticios inspirados en la realidad.

Hasta que caí enfermo con neumonía bilateral grave, en aislamiento estricto, con oxígeno a altos volúmenes. Me hisoparon y dio positivo para covid-19. Hice convulsiones y un paro. Gracias a mis colegas médicos, a Dios, al destino y a mi suerte de escritor, puedo contarlo. Y escribirlo. Hice, lo que se dice, un trabajo de campo sobre el tema.

Juré no escribir más sobre el susodicho patógeno y evitar nombrarlo. Pero no soy muy fiel a mis convicciones. Como había dicho Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros.” Tal parece que yo también tengo otros.

No me privaré de escribir sobre ningún tema hasta el último día de mi vida. Continuando con las citas, como había declarado el genial y prolífico escritor Isaac Asimov en una entrevista, cuando le preguntaron qué haría si su médico le dijera que le quedaban apenas seis minutos de vida y respondió: “Escribiría un poco más rápido”.

Así que, señoras y señores, escribiré más rápido de aquí en adelante, con pandemia o sin ella.

Que conste en actas.

 

Existencialismo y Consumismo

Osiris María Echeverría Ríos | México

 

Las connotaciones filosóficas del existencialismo retratan la primicia de que las personas deben crear el significado de la realidad en función de su propia experiencia de vida, pero sentada en el mismo restaurante que había visitado la última vez que empezó la pandemia, la idea del miedo y el cautiverio pronunciado me hicieron cavilar en el impacto causado después del encierro en soledad.

En 2017, antes de la pandemia, Soledad Vallejos y Evangelina Himitian habían hecho un experimento sobre las consecuencias de pasar un año sin comprar nada más que lo estrictamente necesario, encontrando la experiencia enriquecedora y llena de empoderamiento, desde el enfoque de su libre elección. Por el contrario, en el contexto del distanciamiento social su investigación se desdibujaba convirtiéndose en una obligación que afectaba a los distintos estratos sociales.

La imagen de hace más de un año había muerto, junto con la experiencia de compra que las cadenas comerciales habían prometido para nosotros a través de la publicidad y la primicia de formar parte de nuestra vida. De este modo, el observar la comida, las lámparas, las pantallas, el mobiliario, las personas hablando a la distancia y el valor que ofrecían en su conjunto por la proclamada construcción de ilusiones, me hizo pensar en lo que había vivido a diario durante el último año, y la imposibilidad de seguir viviendo en un mundo hecho de fantasías, que por sí mismo, sin la presencia de las personas, perdía el significado de su propia existencia.

Pero este mundo construido con base en necesidades inexistentes, compuesto de plazas comerciales, galerías, outlets e incluso ciudades artificiales en cuyo interior se esconde la promesa de cumplir sueños y deseos mediante la venta de diversos productos y servicios, revolucionó la forma de satisfacer esas necesidades a un clic de distancia, resistiendo así a su destrucción, ya que la pandemia nos forzó a dejar de vivir en sus anuncios tridimensionales publicitarios.

La solución, sin embargo, no ofrece una experiencia similar. En este tenor la pandemia había alejado de mi mente lo que las empresas nos habían implantado desde un inicio, lo cual se reduce a un objetivo, el consumo. A pesar de ello, si elegimos todo lo que somos y somos lo que elegimos, ¿cómo habíamos existido durante la pandemia viviendo apartados de los relucientes escaparates todo este tiempo?, con nuestras necesidades creadas no satisfechas el internet era una opción, pero insuficiente para una respuesta multisensorial.

Y así continué escuchando el tintineo de las cucharas y los tenedores, y recordé las palabras del místico Osho, que explicaba que el ser humano consciente es como un espejo, reflejando la realidad y respondiendo en consecuencia. Entonces había experimentado una nueva realidad, quizás lo que dentro de mí se había afectado; era esa sensación de que, con la experiencia adquirida, mi existencia también se había transformado y lo que estaba acostumbrada a disfrutar antes de la pandemia, ahora lo había percibido como un platillo gourmet insípido.

 

Ajolotes en pandemia

Valeria Rodríguez Luna | México

 

Siempre he creído que el mexicano tiene un tremendo parecido a los ajolotes, y con la pandemia por covid-19 no pude evitar caer en la comparación entre nosotros y estos anfibios: ¿cómo sobrevivimos a pesar de estar a punto de “extinguirnos”?

A todos nos tomó por sorpresa la cuarentena, en nuestra ignorancia muchos pensamos que sería un encierro corto, y con la llegada de un depredador que no podíamos ver, el flujo del agua se estancó en todo el mundo; pero tanto la vida como el sistema necesita que volvamos a salir, darle flujo al agua estancada, tomar nuestros miedos, nuestras heridas para sanarlas con extremada rapidez y adaptarnos a este nuevo mundo. Aunque nosotros somos capaces, en nuestra naturaleza de ajolotes, de recuperarnos de heridas mortales como el confinamiento, esto no quiere decir que olvidemos tan fácilmente: el ajolote, como el mexicano, tiene memoria de todo lo que perdió con el agua estancada, del miedo a morir, a la extinción y con esto aparece otro temor: salir del agua para adentrarse en el nuevo mundo.

Así que los mexicanos, al igual que los ajolotes y las aguas en las que habitan de manera salvaje, nos enfrentamos con este deseo abrasador de quedarnos en el mundo antes de la pandemia, en las aguas antes de que se estancaran, y que no hubiese depredadores que no son notorios a simple vista; volver a ser quienes éramos antes del 27 de febrero de 2020. Pero eso no es posible, no podemos sobrevivir si permanecemos estancados así como tampoco podemos apresurarnos por evolucionar a lo que “debemos de ser”: la salamandra de fuego, dejando nuestros primitivos cuerpos de ajolotes en las aguas del encierro para habitar en un mundo donde tenemos que volver a ser funcionales, versiones mejoradas de lo que fuimos.

En un mundo donde ya no quieren ajolotes sensibles y dañados por el encierro, yo me niego a convertirme en este ser bautizado por el fuego de la pandemia, no por negarme a la evolución ­–sería tanto egoísta como estúpido creer que en este nuevo mundo puedo ser la ajolote que fui en el 2019–, pero tal como estos anfibios tengo una increíble capacidad de regenerarme, quizás no de autosanarme, pero sí de buscar ayuda para sanar. No debo transformarme en un ser perfecto, que ha superado el dolor de una pandemia, porque a pesar de que se supone tengo que convertirme en una versión evolucionada de mi persona gracias a lo vivido en el encierro, entiendo que mi naturaleza humana jamás será una salamandra de fuego. Cometeré muchos errores, como todos, saldré a este nuevo mundo y es probable que me tropiece en él o que las noticias y el ajetreo de las redes sociales me inciten a estancarme otra vez.

Soy una ajolote resiliente, no una salamandra perfecta, y gracias a ello estoy sobreviviendo a esta pandemia.

 

Eternidad de tu nombre

Willan Valdemar Castillo Briceño | Perú

 

En memoria de los ciento noventa mil muertos
por covid-19 en Perú

 

Un día llegaron a ti todas las asfixias. El dolor como de agujas metálicas hincando tus huesos, la fiebre hacía hervir de sudor tus poros, la cogestión obstruyó tu respiración y la neumonía congeló tus pulmones. Para ti no hubo cama de hospital. Para tu cuerpo enfermo no hubo médico que cumpliera su juramento hipocrático, no hubo una blanca enfermera para que atienda tu agonía, no hubo un balón de oxígeno en todo el planeta; tampoco encontramos a un cura que persignándose diga Que descanse en paz.

Este árbol llevará tu nombre por todos los días que te faltaron por vivir, esta casa llevará tu nombre por todas las ausencias. A este río con todas las lágrimas de los deudos le pondré tu apellido. Esta calle llevará tu nombre, como de un héroe invencible. Este jardín llevará tu nombre, jamás nadie arrancará sus flores y morirán lentamente con toda su belleza. Esta ave llevará tu nombre para que siempre existas en nuestro cielo.

Yo soy tu descendencia, tu sangre que corre vivaz por las calles infectas de la pandemia. Soy un número de una cifra estadística, de ese treinta por ciento de pobreza del país, de ese setenta y cinco por ciento de trabajadores informales, sin derecho a un salario, sin derecho a la vida digna, sin acceso a la buena salud, sin igualdad ante la ley; y sin igualdad ante la muerte.

Tus nietos se despidieron por teléfono cuando ya habías perdido la voz, tus hermanos te vieron desde la ventana por última vez cuando ya habías perdido la batalla. Tus amigos tuvieron terror, como si te hubieras convertido en un horrible monstruo de otra dimensión. Desapareciste rápido entre lenguas de fuego.

Este mi arte, mi letra enlutada, intenta revivirte, rememorarte y perennizar tu nombre; escribo sudoroso, afiebrado, adolorido… porque me acaban de diagnosticar como positivo.

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  • Finalizar videollamada | Joaquín Emmanuel de la Torre Herrera
  • Escribir más rápido | Marcelo Arnaldo Felipe Medone
  • Existencialismo y Consumismo | Osiris María Echeverría Ríos
  • Ajolotes en pandemia | Valeria Rodríguez Luna
  • Eternidad de tu nombre | Willan Valdemar Castillo Briceño

 

Finalizar videollamada

Joaquín Emmanuel de la Torre Herrera | México

 

A diferencia del atún en lata y de las galletas saladas, nuestro amor caducó al finalizar la pandemia.

¿Entonces para qué lanzamos tantos frascos al mar, para qué lo contaminamos con el desasosiego –antiquísimo como las pestes mismas– sin causa ni pretexto aparente durante todo este tiempo?

Porque responder mensajes de cariño a tientas –no hay que olvidarlo– nos salvó de hundirnos en un profundo abismo; de aquel lugar sin retorno donde las criaturas se vuelven monstruos transparentes atravesados únicamente por una densa oscuridad.

 

Escribir más rápido

Marcelo Arnaldo Felipe Medone | Argentina

 

En mi doble vida de médico y escritor, esta pandemia me obligó a trabajar más como profesional de la salud y me dio la oportunidad de mostrar más mi escritura. Desde que se declaró la pandemia del coronavirus prácticamente no paro de escribir. Empecé a volcar en la pantalla de mi notebook todas mis inquietudes, mis fobias, mis fantasías, mis premoniciones y mis esperanzas sobre esta epidemia devenida global.

Escribí acerca de una anciana que vive sola y está en cuarentena sin ver a nadie, sobre un hombre en aislamiento que es visitado por el fantasma de un viejo amor, sobre una mujer que se murió y lo recrimina a su marido desde la tumba, sobre el nuevo ritual erótico que implica desnudarse del barbijo, sobre un hombre obsesivo de la limpieza y el orden que profundiza sus obsesiones en la pandemia, sobre un niño de once meses que no entiende por qué no puede ver a sus abuelos y todo el mundo tapa su sonrisa con un barbijo, sobre un pianista en cuarentena que tiene terror escénico por videollamada, sobre la invasión de animales salvajes a las ciudades y un perro doméstico que quiere sumarse al desfile, sobre el alma de una mujer fallecida por la enfermedad que está presa en cuarentena en el dormitorio de la muerta, sobre conspiraciones de laboratorios y farmacéuticas por las vacunas, sobre un magnate que se aísla en un búnker y no sabe que la pandemia ya pasó, sobre invasores del espacio que plantaron el virus en China, sobre un grupo de astronautas que regresan de Marte después de dos años y no saben que se instaló la pandemia, sobre la extinción de los dinosaurios por culpa de un mono chino infectado con el virus enviado al pasado, sobre la pandemia desde el punto de vista del mismo virus.

Felizmente, me publicaron absolutamente todos estos relatos ficticios inspirados en la realidad.

Hasta que caí enfermo con neumonía bilateral grave, en aislamiento estricto, con oxígeno a altos volúmenes. Me hisoparon y dio positivo para covid-19. Hice convulsiones y un paro. Gracias a mis colegas médicos, a Dios, al destino y a mi suerte de escritor, puedo contarlo. Y escribirlo. Hice, lo que se dice, un trabajo de campo sobre el tema.

Juré no escribir más sobre el susodicho patógeno y evitar nombrarlo. Pero no soy muy fiel a mis convicciones. Como había dicho Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros.” Tal parece que yo también tengo otros.

No me privaré de escribir sobre ningún tema hasta el último día de mi vida. Continuando con las citas, como había declarado el genial y prolífico escritor Isaac Asimov en una entrevista, cuando le preguntaron qué haría si su médico le dijera que le quedaban apenas seis minutos de vida y respondió: “Escribiría un poco más rápido”.

Así que, señoras y señores, escribiré más rápido de aquí en adelante, con pandemia o sin ella.

Que conste en actas.

 

Existencialismo y Consumismo

Osiris María Echeverría Ríos | México

 

Las connotaciones filosóficas del existencialismo retratan la primicia de que las personas deben crear el significado de la realidad en función de su propia experiencia de vida, pero sentada en el mismo restaurante que había visitado la última vez que empezó la pandemia, la idea del miedo y el cautiverio pronunciado me hicieron cavilar en el impacto causado después del encierro en soledad.

En 2017, antes de la pandemia, Soledad Vallejos y Evangelina Himitian habían hecho un experimento sobre las consecuencias de pasar un año sin comprar nada más que lo estrictamente necesario, encontrando la experiencia enriquecedora y llena de empoderamiento, desde el enfoque de su libre elección. Por el contrario, en el contexto del distanciamiento social su investigación se desdibujaba convirtiéndose en una obligación que afectaba a los distintos estratos sociales.

La imagen de hace más de un año había muerto, junto con la experiencia de compra que las cadenas comerciales habían prometido para nosotros a través de la publicidad y la primicia de formar parte de nuestra vida. De este modo, el observar la comida, las lámparas, las pantallas, el mobiliario, las personas hablando a la distancia y el valor que ofrecían en su conjunto por la proclamada construcción de ilusiones, me hizo pensar en lo que había vivido a diario durante el último año, y la imposibilidad de seguir viviendo en un mundo hecho de fantasías, que por sí mismo, sin la presencia de las personas, perdía el significado de su propia existencia.

Pero este mundo construido con base en necesidades inexistentes, compuesto de plazas comerciales, galerías, outlets e incluso ciudades artificiales en cuyo interior se esconde la promesa de cumplir sueños y deseos mediante la venta de diversos productos y servicios, revolucionó la forma de satisfacer esas necesidades a un clic de distancia, resistiendo así a su destrucción, ya que la pandemia nos forzó a dejar de vivir en sus anuncios tridimensionales publicitarios.

La solución, sin embargo, no ofrece una experiencia similar. En este tenor la pandemia había alejado de mi mente lo que las empresas nos habían implantado desde un inicio, lo cual se reduce a un objetivo, el consumo. A pesar de ello, si elegimos todo lo que somos y somos lo que elegimos, ¿cómo habíamos existido durante la pandemia viviendo apartados de los relucientes escaparates todo este tiempo?, con nuestras necesidades creadas no satisfechas el internet era una opción, pero insuficiente para una respuesta multisensorial.

Y así continué escuchando el tintineo de las cucharas y los tenedores, y recordé las palabras del místico Osho, que explicaba que el ser humano consciente es como un espejo, reflejando la realidad y respondiendo en consecuencia. Entonces había experimentado una nueva realidad, quizás lo que dentro de mí se había afectado; era esa sensación de que, con la experiencia adquirida, mi existencia también se había transformado y lo que estaba acostumbrada a disfrutar antes de la pandemia, ahora lo había percibido como un platillo gourmet insípido.

 

Ajolotes en pandemia

Valeria Rodríguez Luna | México

 

Siempre he creído que el mexicano tiene un tremendo parecido a los ajolotes, y con la pandemia por covid-19 no pude evitar caer en la comparación entre nosotros y estos anfibios: ¿cómo sobrevivimos a pesar de estar a punto de “extinguirnos”?

A todos nos tomó por sorpresa la cuarentena, en nuestra ignorancia muchos pensamos que sería un encierro corto, y con la llegada de un depredador que no podíamos ver, el flujo del agua se estancó en todo el mundo; pero tanto la vida como el sistema necesita que volvamos a salir, darle flujo al agua estancada, tomar nuestros miedos, nuestras heridas para sanarlas con extremada rapidez y adaptarnos a este nuevo mundo. Aunque nosotros somos capaces, en nuestra naturaleza de ajolotes, de recuperarnos de heridas mortales como el confinamiento, esto no quiere decir que olvidemos tan fácilmente: el ajolote, como el mexicano, tiene memoria de todo lo que perdió con el agua estancada, del miedo a morir, a la extinción y con esto aparece otro temor: salir del agua para adentrarse en el nuevo mundo.

Así que los mexicanos, al igual que los ajolotes y las aguas en las que habitan de manera salvaje, nos enfrentamos con este deseo abrasador de quedarnos en el mundo antes de la pandemia, en las aguas antes de que se estancaran, y que no hubiese depredadores que no son notorios a simple vista; volver a ser quienes éramos antes del 27 de febrero de 2020. Pero eso no es posible, no podemos sobrevivir si permanecemos estancados así como tampoco podemos apresurarnos por evolucionar a lo que “debemos de ser”: la salamandra de fuego, dejando nuestros primitivos cuerpos de ajolotes en las aguas del encierro para habitar en un mundo donde tenemos que volver a ser funcionales, versiones mejoradas de lo que fuimos.

En un mundo donde ya no quieren ajolotes sensibles y dañados por el encierro, yo me niego a convertirme en este ser bautizado por el fuego de la pandemia, no por negarme a la evolución ­–sería tanto egoísta como estúpido creer que en este nuevo mundo puedo ser la ajolote que fui en el 2019–, pero tal como estos anfibios tengo una increíble capacidad de regenerarme, quizás no de autosanarme, pero sí de buscar ayuda para sanar. No debo transformarme en un ser perfecto, que ha superado el dolor de una pandemia, porque a pesar de que se supone tengo que convertirme en una versión evolucionada de mi persona gracias a lo vivido en el encierro, entiendo que mi naturaleza humana jamás será una salamandra de fuego. Cometeré muchos errores, como todos, saldré a este nuevo mundo y es probable que me tropiece en él o que las noticias y el ajetreo de las redes sociales me inciten a estancarme otra vez.

Soy una ajolote resiliente, no una salamandra perfecta, y gracias a ello estoy sobreviviendo a esta pandemia.

 

Eternidad de tu nombre

Willan Valdemar Castillo Briceño | Perú

 

En memoria de los ciento noventa mil muertos
por covid-19 en Perú

 

Un día llegaron a ti todas las asfixias. El dolor como de agujas metálicas hincando tus huesos, la fiebre hacía hervir de sudor tus poros, la cogestión obstruyó tu respiración y la neumonía congeló tus pulmones. Para ti no hubo cama de hospital. Para tu cuerpo enfermo no hubo médico que cumpliera su juramento hipocrático, no hubo una blanca enfermera para que atienda tu agonía, no hubo un balón de oxígeno en todo el planeta; tampoco encontramos a un cura que persignándose diga Que descanse en paz.

Este árbol llevará tu nombre por todos los días que te faltaron por vivir, esta casa llevará tu nombre por todas las ausencias. A este río con todas las lágrimas de los deudos le pondré tu apellido. Esta calle llevará tu nombre, como de un héroe invencible. Este jardín llevará tu nombre, jamás nadie arrancará sus flores y morirán lentamente con toda su belleza. Esta ave llevará tu nombre para que siempre existas en nuestro cielo.

Yo soy tu descendencia, tu sangre que corre vivaz por las calles infectas de la pandemia. Soy un número de una cifra estadística, de ese treinta por ciento de pobreza del país, de ese setenta y cinco por ciento de trabajadores informales, sin derecho a un salario, sin derecho a la vida digna, sin acceso a la buena salud, sin igualdad ante la ley; y sin igualdad ante la muerte.

Tus nietos se despidieron por teléfono cuando ya habías perdido la voz, tus hermanos te vieron desde la ventana por última vez cuando ya habías perdido la batalla. Tus amigos tuvieron terror, como si te hubieras convertido en un horrible monstruo de otra dimensión. Desapareciste rápido entre lenguas de fuego.

Este mi arte, mi letra enlutada, intenta revivirte, rememorarte y perennizar tu nombre; escribo sudoroso, afiebrado, adolorido… porque me acaban de diagnosticar como positivo.