#LeccionesDelAislamientoUDG | Ronda 4

#LeccionesDelAislamientoUDG | Ronda 4

15 Junio 2021
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  • Mi reflejo en la quietud | Sandra Álvarez
  • Pandemario (Extracto) | @Xander
  • Pandemia y negación | Jorge Ávila
  • Refugio | Missael Valencia
  • Un día normal | Alonso Martínez Vega

 

Mi reflejo en la quietud

Sandra Álvarez | Guatemala

 

Mis sentidos aún perciben el lejano día en el que el exterior estuvo autorizado. Recuerdo cada paso del camino a casa absorbiendo la sombra de los árboles, el esmog de la ciudad, el tráfico insoportable de las carreteras rotas, un último vuelo de aviones por aterrizar, voces y sonidos que todavía hacen eco aunque desaparecieron entre los espacios de las rocas.

Después de eso la rutina fue mutilada, el espacio comprimido y rodeado con cintas amarillas y con carteles de Prohibido pasar que aún permanecen.

De todo lo que fue sólo quedan restos que esperan otros cuantos días para terminar de diluirse. Y tengo miedo. Tengo miedo de que lleguen los días en los que todo pase a ser recuerdo: mis amigos, los días juntos, nuestras carcajadas inundándonos de optimismo y de aguante.

Tengo miedo de que mis amigos me olviden, de que su voz y sus ocurrencias se vayan alejando de mis recuerdos. De que cuando todo esto termine ya no haya camino que retomar.

No encuentro la receta para aminorar todas las distancias que me colocan en un lugar al que ya no pertenezco. Me niego a transformarme en emoticones sonrientes y en stickers de abrazos.

La falta de realidad ya empezó a cavar piel adentro, pero mis huesos aún logran sostenerme y todavía me reconozco al estar frente a un espejo.

Hay un inmenso miedo sosteniendo el umbral de mi puerta. Se la pasa tarareando canciones de tristeza. En una cesta rota acumulo las razones para atravesarlo y salir a buscar esperanzas de vida y de luz. Las hormigas se las comen para que nunca se llene.

A veces platico con mis dudas. Me replanteo si realmente hay algo extraño sucediendo, si está sucediendo algo, si es extraño que suceda algo real. Las opciones son múltiples, pero ninguna me convence.

Cuando desaparece la gravedad terrestre y una flota cerca de las nubes en una quietud constante, ¿qué es real? Dudo hasta de mi cuerpo. ¿Cómo desagrietar el tiempo? Estoy tratando de rellenar el espacio con planes a futuro, recordando los deseos nunca concedidos, el pronóstico de lluvia de estrellas en noviembre, nombres de países por conocer, desvaciándome en él de todos los abrazos acumulados.

El espacio entre una y otra hora permanece intocable y la necesidad de cruzarlo inmarcesible. Mi espacio se vuelve abstracto, las aristas de mi hogar se confunden y se vuelven una. Los muros se hacen grandes y las puertas y la única ventana se reducen a su mínimo tamaño.

Líneas asincrónicas dibujan mis movimientos repetitivos en mi metro cuadrado.

 

Pandemario (Extracto)

@Xander | España

 

Día 1

De una gran posición de escepticismo he pasado a una sensación de incertidumbre total, durante un tiempo… incluso enfado. No entiendo nada, un aluvión de noticias llega y las escenas de ciencia ficción cada vez son más frecuentes. Comercios cerrados, calles desiertas, la gente en el trabajo con mascarilla y cara de pánico... frustración y tristeza a partes iguales. No entiendo nada. Mi cabeza busca opciones de veracidad, me divido entre la aceptación y
la negación. Siento que estamos al comienzo y yo ya estoy más que hart@ de esto.

A pesar de todo, noto un frenazo totalmente necesario para la humanidad, nos han enviado a tod@s al mismo bucle y de ahí a volver a empezar.

Día 17

Reconozco que salir me crea cierta inseguridad, como un trámite que… no me apetece pasar… Me dirijo a casa de mi amigo Lalinho, camino por la calle, es casi como cualquier domingo, no sé ni cómo sentirme.

Converso sobre toda la situación con mi amigo, no nos hemos visto desde que todo esto empezó. Confieso que le he visto bastante afectado.

Me vuelvo a casa en metro, escenas postapocalípticas se suceden todo el rato. Ya nadie sonríe.

Día 22

Últimamente pienso mucho en el amor y el miedo como conceptos primigenios de los que derivan el resto de las emociones y, por ende, actitudes y determinaciones con las que divagamos a lo largo de una vida.

Al final, y como siempre, todo se reduce a lo más sencillo. Reconocer y enfrentar el miedo será la tarea principal a partir de ahora. Simple. ¿Simple?

Día 23

Es viernes, las horas ya no funcionan, los días tampoco, la irrealidad desenmascara. Por fin me vuelvo libre, libre de lo externo, aunque cada vez me vuelvo más y más preso de lo interno. Fantaseo con entenderlo, fantaseo con entenderme y de paso entenderlos a ellos, a todos ellos. Me sacudo el resto de las ideas que revolotean a mi alrededor, abatidas y polvorientas, enfoco, respiro y… una vez más, camino.

Día 27

Me abruman reminiscencias de mi yo del pasado, la peor versión de mí mismo, esa que he superado y olvidado, de
la que he aprendido tanto, aparece y me hunde, un poquito, lo justo para que me cueste respirar, la evito hago como que… no existe, me reafirmo en el aprendizaje positivo y continuo… al menos, treinta minutos más y todo vuelve a empezar.

Día 41

El miedo como virtud ya es una realidad tangible, el derecho y la superioridad moral de las personas que lo padecen es la conexión necesaria para convertir, convertirse y convertirnos en súbdit@s de nosotr@s mism@s; Las otras opciones, caminos, deseos e ilusiones son enmascaradas, diluidas o hundidas en el último escalón de un@ mism@.

Será interesante y peligroso observar cómo este acelerón emocional y conjunto en las sociedades lo cambiará todo de una manera drástica y rápida.

Un paso atrás para observar nunca ha sido un problema...ahora se ha convertido en una necesidad.

 

Pandemia y negación

Jorge Ávila | Venezuela

 

Veníamos en un tren supersónico, por lo menos era lo que predecían las voces agoreras desde finales del siglo XX: posmodernidad, desarrollo tecnológico vertiginoso, crecimiento poblacional, interconexión global, globalización económica y paremos de contar.

De improviso cayó sobre nosotros la pandemia de covid 19 deteniendo como de choque la marcha apresurada. En resumen: la locomotora sufrió una avería catastrófica.

Por más de cien años (podríamos agregar a la centuria del XX algunos fragmentos del XIX) aprendimos, con altos y bajos, que se podían aceptar y desear muchas cosas positivas del mundo edificado. Casi todas fueron sugeridas, en muchos casos impuestas, por una economía de mercado y de consumo que todos celebrábamos cual fiesta sin igual.

En este ámbito de aprobación voluntaria pisábamos el acelerador aferrándonos ingenuamente a la butaca en pos de mejores estatus de vida, conforts, modas, sobreexplotación sensitiva, individualismos, propiedades y hedonismos a ultranza. Pocas veces nos asomábamos a la ventanilla para percibir como vivían los demás, los de afuera, los excluidos de la maquinaria imaginaria.

Viajábamos, por así decirlo, en un espacio-tiempo perceptible, positivo y anhelado. Lo no deseable nunca entró en el umbral de lo no posible, es decir, al universo de la negación absoluta y del No Tiempo. El deterioro ambiental,
la pobreza, la pérdida de valores, las conflagraciones dispersas y el consumo excesivo de drogas y banalidades, aunque presentes y pertinaces, no lograron acumular tanto rechazo unánime por la población del planeta.

Por lo pronto ingresamos a un pasadizo del No Tiempo. En un periplo de terror del que deseamos huir o salir ilesos. Los días pasan, las semanas, los meses y ya vamos por dos años sin saber cuál será nuestra decisiva parada. Por supuesto que para unos el recorrido ha resultado más que dramático.

Pareciera que en este reducto temporal nada estuviera ocurriendo realmente. “¡Es una pesadilla! ¡Cuesta creerlo!”,
se piensa y dice. Además, la memoria espera agazapada para olvidarlo todo, para borrar cada dato, para poner en práctica la secuencia de la negación ilimitada.

Imposible resulta marchar hacia atrás. Probablemente lo mismo ha acaecido con las guerras, las hambrunas, las sequías y las enfermedades. Con respecto a estas últimas: lo que se torna contradictorio es que transitábamos con una seguridad tal pensando que con los adelantos científicos y tecnológicos las teníamos controladas.

La pandemia ha hecho de esta estación una experiencia invivible. Pasan los días peores que una rutina infernal y si nos contagiamos se nos detiene el reloj aún estando rodando a cualquier velocidad.

“¿Cuál es la solución?”, preguntamos mientras lo blanduzco de los asientos se vuelve insoportable. Hay que crear nuevas aceptaciones, el mundo ya no comprende esa realidad que nos montaron como una travesía turística pagada con indolencia. Nadie tiene la culpa de haber sido embarcado y si la tiene que la expurgue con valentía.

Cuando se viaja también hay que creer para no quedarnos mal varados.

 

Refugio

Missael Valencia | México

 

Era una especie de oscuridad creciente, densa, aparentemente impenetrable. Me recordaba a esas noches ausentes de calma y descanso, cuyas presencias fueron opacadas por el martirio y el miedo. Un cementerio era lo único que podía imaginar. Un panteón poseído por aquella negrura espesa, donde apenas era capaz de distinguir las siluetas de tumbas y mausoleos recalcadas de forma sutil en la penumbra. Más no eran sepulcros desconocidos para mí, tenían nombre, cada uno de ellos: Desesperación, Incertidumbre, Temor, Enojo, Rabia, Desesperanza, Pánico…

Sí, conocía todos los nombres grabados en todas y cada una de dichas sepulturas. Yo sabía que era capaz de encontrar una vía de escape de ese escenario dantesco, no obstante, ignoraba cómo encontrarla. Ahí pude escuchar una tenebrosa sinfonía emitida en conjunto por Desesperanza y Desesperación. Para mí, resultaba en una especie de burla, o de metafórica flagelación.

¿Cuál era mi escapatoria? Lo dudaba, y el canto de las tumbas reforzaba esa cuestión, volviendo mis pensamientos carentes de claridad, tornándolos en una neblina cuya densidad se asemejaba a aquella oscura a mi alrededor. Densa e impenetrable. Me abrí camino entre las tumbas, siendo acosado por la inquietante melodía, depredador y verdugo de mis oídos. Deseé que mi cuerpo dejara de responder. No ser capaz de seguir avanzando en ese oscuro espacio. Fue ahí cuando la voz de Incertidumbre resonó con cruel ímpetu. Observé desesperadamente a mí alrededor, en todas direcciones; oscuridad, tinieblas, el cielo estrellado que se imponía sobre mí como un manto infinito… y la Luna.
Igual de imponente, aunque exenta de crueldad. Un tenue resplandor pálido, el cual no supe cómo pude haber ignorado. La melodía siniestra no cesaba, pero la tortura proveniente de esta perdió fuerza. La Luna me sonrió, me abrazó, otorgándome su poderosa protección…

Mi imaginación se detuvo ahí. El escenario aterrador se disipó como el humo de un cigarro. Aquel oscuro cementerio tenía nombre: mi Mente. La crueldad de las voces y la sinfonía emitida por las tumbas y mausoleos, la tortura provocada por dicha orquesta espectral era el martirio proveniente de un mal e injusto juicio emitido hacia mí mismo. La Luna que se alzaba en el manto de estrellas era tan sólo un disfraz.

La música, la lluvia, los momentos abundantes de paz otorgados por mi propia compañía, las sonrisas de mi familia, todo aquello que yo llamaba hogar. De esa forma, la Luna me reveló su verdadera identidad. Entonces comprendí. Mi refugio aguardaba dentro de mí. Fue cuando pude percibirlo con la misma claridad de quien aprecia un manantial. Mi cementerio se transformó en refugio. Me susurró su nombre: Plenitud.

 

Un día normal

Alonso Martínez Vega | México

 

Abro los ojos, como un día normal, levanto mi cuerpo despojándome de la pereza de una noche ansiosa. La luz del sol se deconstruye en un arcoíris deslizándose sobre la superficie de la cama; lo miro, lo sigo en su movimiento lento, agónico, como un día cualquiera.

Después de un rato, pensando en qué ropa ponerme, cuál pierna se hundirá primero en el pantalón, cuál camisa desecharé porque no importa cuál use, pienso en el día normal que me espera.

Salgo a la sala, camino alrededor de mis muebles, sostengo un bandeja vacía, voy al baño, me miro al espejo sucio. “Normal”, pienso, parte de mi espíritu se vacía por las paredes de la bandeja, me convierto un poco de líquido de soledad; cierro la llave, continúa goteando con normalidad.

Vierto la soledad en una maseta mustia, el líquido, yo, en forma lÍquida me hundo entre los granos de tierra seca, subo por las raíces, nutro las hojas verdes de una planta, sola. Abro los ojos, parpadeo, la bandeja vacía en las manos me devuelven a esta realidad, la realidad normal de hace algunos días.

Han pasado… ¿cuántos días en una eterna discusión de realidades? La que se vive en China, la que vive el país, la que vivo yo detrás de estas paredes y una pantalla de celular.

Compañía virtual, mi madre me llama fingiendo que todo es común, que todo es normal, pero se frota las manos con un gel alcoholizado, apenas reconozco a mi padre detrás de una tela, su mirada aterrada me dice “Todo está bien, soólo hay que cuidarnos”. Observo que de alguna manera, puede fumarle al cigarro haciendo malabares faciales con el tapabocas de filtro. Todo es normal, mi padre sigue seduciendo a la muerte.

Pocas veces tengo la necesidad de los placeres de la vida, sin embargo ahora con esta sensación líquida de las horas, me pregunto por qué no me había fijado en la poderosa fragancia del café o el sabor de un pan dulce, el sabor de unos labios libidinosos o el perfume de mi pareja escondida detrás de la puerta. Su padre ha muerto, su hermana pequeña ya no respira, no puedo abrazarla.

No le tengo miedo a la ausencia de oxígeno, ni al dolor del pecho, ni a la muerte, le temo más a que todos los días que eran diferentes ahora se vuelvan simplemente normales.

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  • Mi reflejo en la quietud | Sandra Álvarez
  • Pandemario (Extracto) | @Xander
  • Pandemia y negación | Jorge Ávila
  • Refugio | Missael Valencia
  • Un día normal | Alonso Martínez Vega

 

Mi reflejo en la quietud

Sandra Álvarez | Guatemala

 

Mis sentidos aún perciben el lejano día en el que el exterior estuvo autorizado. Recuerdo cada paso del camino a casa absorbiendo la sombra de los árboles, el esmog de la ciudad, el tráfico insoportable de las carreteras rotas, un último vuelo de aviones por aterrizar, voces y sonidos que todavía hacen eco aunque desaparecieron entre los espacios de las rocas.

Después de eso la rutina fue mutilada, el espacio comprimido y rodeado con cintas amarillas y con carteles de Prohibido pasar que aún permanecen.

De todo lo que fue sólo quedan restos que esperan otros cuantos días para terminar de diluirse. Y tengo miedo. Tengo miedo de que lleguen los días en los que todo pase a ser recuerdo: mis amigos, los días juntos, nuestras carcajadas inundándonos de optimismo y de aguante.

Tengo miedo de que mis amigos me olviden, de que su voz y sus ocurrencias se vayan alejando de mis recuerdos. De que cuando todo esto termine ya no haya camino que retomar.

No encuentro la receta para aminorar todas las distancias que me colocan en un lugar al que ya no pertenezco. Me niego a transformarme en emoticones sonrientes y en stickers de abrazos.

La falta de realidad ya empezó a cavar piel adentro, pero mis huesos aún logran sostenerme y todavía me reconozco al estar frente a un espejo.

Hay un inmenso miedo sosteniendo el umbral de mi puerta. Se la pasa tarareando canciones de tristeza. En una cesta rota acumulo las razones para atravesarlo y salir a buscar esperanzas de vida y de luz. Las hormigas se las comen para que nunca se llene.

A veces platico con mis dudas. Me replanteo si realmente hay algo extraño sucediendo, si está sucediendo algo, si es extraño que suceda algo real. Las opciones son múltiples, pero ninguna me convence.

Cuando desaparece la gravedad terrestre y una flota cerca de las nubes en una quietud constante, ¿qué es real? Dudo hasta de mi cuerpo. ¿Cómo desagrietar el tiempo? Estoy tratando de rellenar el espacio con planes a futuro, recordando los deseos nunca concedidos, el pronóstico de lluvia de estrellas en noviembre, nombres de países por conocer, desvaciándome en él de todos los abrazos acumulados.

El espacio entre una y otra hora permanece intocable y la necesidad de cruzarlo inmarcesible. Mi espacio se vuelve abstracto, las aristas de mi hogar se confunden y se vuelven una. Los muros se hacen grandes y las puertas y la única ventana se reducen a su mínimo tamaño.

Líneas asincrónicas dibujan mis movimientos repetitivos en mi metro cuadrado.

 

Pandemario (Extracto)

@Xander | España

 

Día 1

De una gran posición de escepticismo he pasado a una sensación de incertidumbre total, durante un tiempo… incluso enfado. No entiendo nada, un aluvión de noticias llega y las escenas de ciencia ficción cada vez son más frecuentes. Comercios cerrados, calles desiertas, la gente en el trabajo con mascarilla y cara de pánico... frustración y tristeza a partes iguales. No entiendo nada. Mi cabeza busca opciones de veracidad, me divido entre la aceptación y
la negación. Siento que estamos al comienzo y yo ya estoy más que hart@ de esto.

A pesar de todo, noto un frenazo totalmente necesario para la humanidad, nos han enviado a tod@s al mismo bucle y de ahí a volver a empezar.

Día 17

Reconozco que salir me crea cierta inseguridad, como un trámite que… no me apetece pasar… Me dirijo a casa de mi amigo Lalinho, camino por la calle, es casi como cualquier domingo, no sé ni cómo sentirme.

Converso sobre toda la situación con mi amigo, no nos hemos visto desde que todo esto empezó. Confieso que le he visto bastante afectado.

Me vuelvo a casa en metro, escenas postapocalípticas se suceden todo el rato. Ya nadie sonríe.

Día 22

Últimamente pienso mucho en el amor y el miedo como conceptos primigenios de los que derivan el resto de las emociones y, por ende, actitudes y determinaciones con las que divagamos a lo largo de una vida.

Al final, y como siempre, todo se reduce a lo más sencillo. Reconocer y enfrentar el miedo será la tarea principal a partir de ahora. Simple. ¿Simple?

Día 23

Es viernes, las horas ya no funcionan, los días tampoco, la irrealidad desenmascara. Por fin me vuelvo libre, libre de lo externo, aunque cada vez me vuelvo más y más preso de lo interno. Fantaseo con entenderlo, fantaseo con entenderme y de paso entenderlos a ellos, a todos ellos. Me sacudo el resto de las ideas que revolotean a mi alrededor, abatidas y polvorientas, enfoco, respiro y… una vez más, camino.

Día 27

Me abruman reminiscencias de mi yo del pasado, la peor versión de mí mismo, esa que he superado y olvidado, de
la que he aprendido tanto, aparece y me hunde, un poquito, lo justo para que me cueste respirar, la evito hago como que… no existe, me reafirmo en el aprendizaje positivo y continuo… al menos, treinta minutos más y todo vuelve a empezar.

Día 41

El miedo como virtud ya es una realidad tangible, el derecho y la superioridad moral de las personas que lo padecen es la conexión necesaria para convertir, convertirse y convertirnos en súbdit@s de nosotr@s mism@s; Las otras opciones, caminos, deseos e ilusiones son enmascaradas, diluidas o hundidas en el último escalón de un@ mism@.

Será interesante y peligroso observar cómo este acelerón emocional y conjunto en las sociedades lo cambiará todo de una manera drástica y rápida.

Un paso atrás para observar nunca ha sido un problema...ahora se ha convertido en una necesidad.

 

Pandemia y negación

Jorge Ávila | Venezuela

 

Veníamos en un tren supersónico, por lo menos era lo que predecían las voces agoreras desde finales del siglo XX: posmodernidad, desarrollo tecnológico vertiginoso, crecimiento poblacional, interconexión global, globalización económica y paremos de contar.

De improviso cayó sobre nosotros la pandemia de covid 19 deteniendo como de choque la marcha apresurada. En resumen: la locomotora sufrió una avería catastrófica.

Por más de cien años (podríamos agregar a la centuria del XX algunos fragmentos del XIX) aprendimos, con altos y bajos, que se podían aceptar y desear muchas cosas positivas del mundo edificado. Casi todas fueron sugeridas, en muchos casos impuestas, por una economía de mercado y de consumo que todos celebrábamos cual fiesta sin igual.

En este ámbito de aprobación voluntaria pisábamos el acelerador aferrándonos ingenuamente a la butaca en pos de mejores estatus de vida, conforts, modas, sobreexplotación sensitiva, individualismos, propiedades y hedonismos a ultranza. Pocas veces nos asomábamos a la ventanilla para percibir como vivían los demás, los de afuera, los excluidos de la maquinaria imaginaria.

Viajábamos, por así decirlo, en un espacio-tiempo perceptible, positivo y anhelado. Lo no deseable nunca entró en el umbral de lo no posible, es decir, al universo de la negación absoluta y del No Tiempo. El deterioro ambiental,
la pobreza, la pérdida de valores, las conflagraciones dispersas y el consumo excesivo de drogas y banalidades, aunque presentes y pertinaces, no lograron acumular tanto rechazo unánime por la población del planeta.

Por lo pronto ingresamos a un pasadizo del No Tiempo. En un periplo de terror del que deseamos huir o salir ilesos. Los días pasan, las semanas, los meses y ya vamos por dos años sin saber cuál será nuestra decisiva parada. Por supuesto que para unos el recorrido ha resultado más que dramático.

Pareciera que en este reducto temporal nada estuviera ocurriendo realmente. “¡Es una pesadilla! ¡Cuesta creerlo!”,
se piensa y dice. Además, la memoria espera agazapada para olvidarlo todo, para borrar cada dato, para poner en práctica la secuencia de la negación ilimitada.

Imposible resulta marchar hacia atrás. Probablemente lo mismo ha acaecido con las guerras, las hambrunas, las sequías y las enfermedades. Con respecto a estas últimas: lo que se torna contradictorio es que transitábamos con una seguridad tal pensando que con los adelantos científicos y tecnológicos las teníamos controladas.

La pandemia ha hecho de esta estación una experiencia invivible. Pasan los días peores que una rutina infernal y si nos contagiamos se nos detiene el reloj aún estando rodando a cualquier velocidad.

“¿Cuál es la solución?”, preguntamos mientras lo blanduzco de los asientos se vuelve insoportable. Hay que crear nuevas aceptaciones, el mundo ya no comprende esa realidad que nos montaron como una travesía turística pagada con indolencia. Nadie tiene la culpa de haber sido embarcado y si la tiene que la expurgue con valentía.

Cuando se viaja también hay que creer para no quedarnos mal varados.

 

Refugio

Missael Valencia | México

 

Era una especie de oscuridad creciente, densa, aparentemente impenetrable. Me recordaba a esas noches ausentes de calma y descanso, cuyas presencias fueron opacadas por el martirio y el miedo. Un cementerio era lo único que podía imaginar. Un panteón poseído por aquella negrura espesa, donde apenas era capaz de distinguir las siluetas de tumbas y mausoleos recalcadas de forma sutil en la penumbra. Más no eran sepulcros desconocidos para mí, tenían nombre, cada uno de ellos: Desesperación, Incertidumbre, Temor, Enojo, Rabia, Desesperanza, Pánico…

Sí, conocía todos los nombres grabados en todas y cada una de dichas sepulturas. Yo sabía que era capaz de encontrar una vía de escape de ese escenario dantesco, no obstante, ignoraba cómo encontrarla. Ahí pude escuchar una tenebrosa sinfonía emitida en conjunto por Desesperanza y Desesperación. Para mí, resultaba en una especie de burla, o de metafórica flagelación.

¿Cuál era mi escapatoria? Lo dudaba, y el canto de las tumbas reforzaba esa cuestión, volviendo mis pensamientos carentes de claridad, tornándolos en una neblina cuya densidad se asemejaba a aquella oscura a mi alrededor. Densa e impenetrable. Me abrí camino entre las tumbas, siendo acosado por la inquietante melodía, depredador y verdugo de mis oídos. Deseé que mi cuerpo dejara de responder. No ser capaz de seguir avanzando en ese oscuro espacio. Fue ahí cuando la voz de Incertidumbre resonó con cruel ímpetu. Observé desesperadamente a mí alrededor, en todas direcciones; oscuridad, tinieblas, el cielo estrellado que se imponía sobre mí como un manto infinito… y la Luna.
Igual de imponente, aunque exenta de crueldad. Un tenue resplandor pálido, el cual no supe cómo pude haber ignorado. La melodía siniestra no cesaba, pero la tortura proveniente de esta perdió fuerza. La Luna me sonrió, me abrazó, otorgándome su poderosa protección…

Mi imaginación se detuvo ahí. El escenario aterrador se disipó como el humo de un cigarro. Aquel oscuro cementerio tenía nombre: mi Mente. La crueldad de las voces y la sinfonía emitida por las tumbas y mausoleos, la tortura provocada por dicha orquesta espectral era el martirio proveniente de un mal e injusto juicio emitido hacia mí mismo. La Luna que se alzaba en el manto de estrellas era tan sólo un disfraz.

La música, la lluvia, los momentos abundantes de paz otorgados por mi propia compañía, las sonrisas de mi familia, todo aquello que yo llamaba hogar. De esa forma, la Luna me reveló su verdadera identidad. Entonces comprendí. Mi refugio aguardaba dentro de mí. Fue cuando pude percibirlo con la misma claridad de quien aprecia un manantial. Mi cementerio se transformó en refugio. Me susurró su nombre: Plenitud.

 

Un día normal

Alonso Martínez Vega | México

 

Abro los ojos, como un día normal, levanto mi cuerpo despojándome de la pereza de una noche ansiosa. La luz del sol se deconstruye en un arcoíris deslizándose sobre la superficie de la cama; lo miro, lo sigo en su movimiento lento, agónico, como un día cualquiera.

Después de un rato, pensando en qué ropa ponerme, cuál pierna se hundirá primero en el pantalón, cuál camisa desecharé porque no importa cuál use, pienso en el día normal que me espera.

Salgo a la sala, camino alrededor de mis muebles, sostengo un bandeja vacía, voy al baño, me miro al espejo sucio. “Normal”, pienso, parte de mi espíritu se vacía por las paredes de la bandeja, me convierto un poco de líquido de soledad; cierro la llave, continúa goteando con normalidad.

Vierto la soledad en una maseta mustia, el líquido, yo, en forma lÍquida me hundo entre los granos de tierra seca, subo por las raíces, nutro las hojas verdes de una planta, sola. Abro los ojos, parpadeo, la bandeja vacía en las manos me devuelven a esta realidad, la realidad normal de hace algunos días.

Han pasado… ¿cuántos días en una eterna discusión de realidades? La que se vive en China, la que vive el país, la que vivo yo detrás de estas paredes y una pantalla de celular.

Compañía virtual, mi madre me llama fingiendo que todo es común, que todo es normal, pero se frota las manos con un gel alcoholizado, apenas reconozco a mi padre detrás de una tela, su mirada aterrada me dice “Todo está bien, soólo hay que cuidarnos”. Observo que de alguna manera, puede fumarle al cigarro haciendo malabares faciales con el tapabocas de filtro. Todo es normal, mi padre sigue seduciendo a la muerte.

Pocas veces tengo la necesidad de los placeres de la vida, sin embargo ahora con esta sensación líquida de las horas, me pregunto por qué no me había fijado en la poderosa fragancia del café o el sabor de un pan dulce, el sabor de unos labios libidinosos o el perfume de mi pareja escondida detrás de la puerta. Su padre ha muerto, su hermana pequeña ya no respira, no puedo abrazarla.

No le tengo miedo a la ausencia de oxígeno, ni al dolor del pecho, ni a la muerte, le temo más a que todos los días que eran diferentes ahora se vuelvan simplemente normales.