#LeccionesDelAislamientoUDG | Ronda 3

#LeccionesDelAislamientoUDG | Ronda 3

14 Junio 2021
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  • En el hueco de la zaranda | Obed González Moreno
  • Entre Márquez y Mir | Martha Grizel Delgado Rodríguez
  • La Invasión de lo intangible | Zulay Antonia Saxe Castro
  • La utilidad de las arañas en el hogar | Azul de María Orozco Alatorre
  • Las ficciones que vienen | Ernesto Del Toro Hermosillo

 

En el hueco de la zaranda

Obed González Moreno | México

 

Del hueco brillo de la afilada mirada de la muerte, la soledad en la pandemia fue el encuentro con lo otro y el otro que somos. La invitación a adentrarse en lo desconocido, en el crepuscular laberinto interior. Experiencia que en ocasiones se presenta a través de la ansiedad, la depresión o la angustia. La crisis emerge en estallidos por la almohada retumbando violentas obsesiones que rasgan lo invisible que habita en la cabeza y recorre tortuosamente todo el cuerpo hasta descender como una pesada roca que, atada a un lazo de uno mismo, lo arroja a la inexistencia, al sin sentido de ser. Esta es la verdadera soledad, la separación del origen. En este tormentoso viaje se presenta ese otro, el otro que se es también y que se unifica con el ser. Es el cerrar la abertura hecha por esta arquetípica separación, esa supurante herida que arde y lacera, pero que es necesaria para no vivir muerto. Durante este evento
la extrañeza se exhibe y todo contiene algo nuevo sólo que en un principio es extravío, desviación de nuestros deseos, bifurcaciones donde el caos es el acompañante. El sol contiene una oscuridad jamás imaginada y los lugares son ninguno, el tiempo se detiene en un punto vacuo y se proyecta desde las pupilas hacia dentro sin saberlo donde transcurre con un sinsentido. Es dolor que se ata a las venas inundando el cuerpo hasta encallar en el alma. Es aquí donde se llega al abismo, a ese inquietante lugar jamás conocido donde el verdadero yo lucha contra lo que habita en él y, al final de varias batallas, comprende —si es sabio y afortunado— que la única manera de salir victorioso es derrotándose. La única vía de victoria es reconciliarse con esas quimeras que habitan dentro, reconocerse en ellas y unificarse para lograr el regreso desde ese punto y hacia ese mismo punto. La épica es aturdidora porque el héroe
y los villanos que participan en ella son uno mismo. Ninguno sale incólume, sólo que el héroe tiene que ser el que pierda para salir triunfante, sin medallas ni reconocimientos, sólo con el placer y tranquilidad de saberse sí mismo. Este éxodo personal al inframundo es necesario para no seguir siendo un paria, una inflamada ausencia construida por una insubstancial imagen creada por la ignorancia. La experiencia es personal y única para cada individuo y es asombrosa, devela lo que se oculta ante la creencia nuestra de estar seguros de ser quienes somos para hacernos dudar de nuestros propios paradigmas y llevarnos a la oscuridad más apabullante que vive en nuestros adentros.
Es la gran zarandeada, esa que separa el trigo de la basura para que de él renazca algo nuevo pero que siempre ha sido. La pandemia fue, para algunos, muerte y renacimiento de sí mismos.

 

Entre Márquez y Mir

Martha Grizel Delgado Rodríguez | Alemania

 

Es 19 de julio de 2020. En la rutina se ha anidado el uso de cubrebocas y gel desinfectante. En el circuito de Jerez se cae el dios del motociclismo mundial, Marc Márquez, piloto que desde sus inicios paga cualquier precio por la victoria. Esta vez le ha costado un hueso del brazo.

Tras una recuperación incompleta, vuelve. Nueva caída, nueva operación. Se complica la herida y una tercera operación es necesaria. Marc no volverá a las carreras en meses. Ni los aficionados ni los pilotos entienden lo que pasa.

Ante la ausencia del rey, surge Joan Mir, discreto candidato al campeonato. En cada carrera recoge puntos cual hormiga trabajadora y constante. No ha tenido la espectacularidad de Márquez, ni la moto más veloz, quizás sí la más versátil. Pero ha sumado puntos con paciencia, disciplina, en silencio y, casi pudiera decirse, tras bambalinas.

Al ser cuestionado por la presión de ganar, contesta: “Presión es lo que está pasando con el coronavirus o la gente que no puede pagar el alquiler”. Siempre me han gustado más ese tipo de campeones que, sin dejar de ser héroes, pueden ser humanos.

Llega 2021. Las mutaciones testean nuestra resiliencia y el rey Márquez reaparece en Qatar. Me pregunto si un piloto cambia. Si cambiamos nosotros. Si somos capaces de mejorar después de la pandemia. Finalmente, todos nos
hemos caído de la moto como Márquez y se nos ha complicado el camino con la familia, la pareja o el trabajo. ¿Conduciremos diferente? En su primera rueda de prensa, Marc llora. Y yo, que veía con escepticismo algunas de sus maniobras por lo peligrosas para él y los otros, pienso que he errado, que por supuesto este tío ­–como dirían los españoles– debió haber aprendido algo. Porque es doloroso ver una carrera sin participar en ella. Duele estar en casa y ver que los sueños ocurren afuera.

Las medidas aflojan, las calles reviven: circulan las cervezas, las colillas vuelven a tapizar banquetas. ¿Hemos cambiado? Pronto llega Jerez. Estoy segura de que Marc se va a caer donde empezó su pesadilla porque no ha aprendido nada, ni nosotros. Así es la naturaleza humana: se cae.

Afuera hay campañas para evitar una nueva ola. Es un recordatorio del camino andado. ¿Funcionará? Quizás. Y quizás la nueva caída de Márquez en Jerez también lo haya sido. Lo sabremos en Le Mans.

Aunque promete ser sensato, lo traiciona su ambición. Puede más su instinto que su cabeza. Se cae.

Hoy no terminó ni siquiera el circuito italiano de Mugello. Mir sí, incluso alcanzó podio. Y verlo me volvió la sonrisa a los labios. El mismo estilo, ahora con mucha más seguridad, aprendiendo del pasado. Paso a paso. Sin necesidad de cazar o arriesgarse a lo salvaje sólo para saciar su necesidad de ser campeón a cualquier precio. Mientras repaso las imágenes no puedo dejar de preguntarme si este año la gente estará más cerca de Márquez o de Mir. Espero firmemente que sea del segundo.

 

La invasión de lo intangible

Zulay Antonia Saxe Castro | México

 

El shock siempre se siente igual, te paraliza, te deja la mente en blanco; el shock es la calma antes de la tormenta, es ver el mundo girar a tu alrededor y quedarte inmóvil, es pararte en medio de la calle e ignorar los autos que pasan veloces a tu lado, los pitidos de cláxones se vuelven ruidos casi imperceptibles. El año 2020 fue un shock colectivo, todos nos quedamos inmóviles ante un contexto que se salía cada vez más de nuestro control, un virus que no podíamos ni siquiera ver nos invadía: lo intangible nos invadía.

Los humanos intentamos siempre buscarle explicaciones al terror, ponerle un rostro al enemigo, crear monstruos que le den forma a nuestros miedos, porque tenemos la creencia de que sólo viéndolos a los ojos podemos confrontarlos, luchar contra ellos. ¿Cómo luchas contra lo invisible? No es sorpresa que a causa de la pandemia hayan salido piñatas en forma de virus con una cara malvada, que se caricaturice y se imagine al virus como un ente maligno y con conciencia, que sabe lo que hace. No es sorpresa tampoco que en muchos países se hable de “la guerra contra
el covid”, pues si algo entendemos bien los humanos es el arte de la guerra; al conceptualizar la pandemia como una “guerra contra la humanidad” la volvemos tangible. Para nosotros, animales bélicos, es más fácil entender eso.
La alternativa es aceptar que el virus del covid sólo es eso, un virus, como tantos millones de virus en el mundo, sin conciencia y sin malicia.

2021 es un año de duelo colectivo, el shock inicial ha pasado y las oleadas de dolor y claridad comienzan a golpearnos en la cara. Millones de personas han muerto, millones de personas han perdido a un ser amado sin poder siquiera llevar a cabo el rito funerario, una práctica esencial en la historia de la humanidad cuya importancia tiende a menospreciarse por ser simbólica. La pandemia nos ha obligado a reconceptualizar prácticas comunes, nos ha obligado a adaptarnos para sobrevivir y para dar cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor.

Las crisis son también ventanas de oportunidad. La pandemia trajo consigo crisis en todas las vertientes de nuestras existencias, al comienzo incluso había quienes creían que la pandemia sería la caída del capitalismo. Pero no: el capitalismo, como un virus, se adaptó y creó nuevas variantes, nuevas cepas para seguir viviendo. Quizá la pandemia no destruyó al capitalismo, pero la crisis que desató nos dejó algo muy claro: este sistema económico no es sustentable, este sistema económico es responsable de que nadie quiera liberar la patente de la vacuna, de que la pandemia haya creado en medio de un mar de muerte a nueve flamantes multimillonarios, los fabricantes de las vacunas.

Esa es la lección: las cosas tienen que cambiar.

 

La utilidad de las arañas en el hogar

Azul de María Orozco Alatorre | México

 

En una esquina, pendiente de cualquier movimiento, ágil, pero casi siempre inmóvil, parecía ignorar mi existencia.

Hace algunos días se ha hecho notoria. Corrió a nutrirse de los pensamientos que volaban como moscas sobre mis sesos escurrientes por el ineludible retiro.

Con rápidos desplazamientos, atrapó el deseo de ver a los otros, los también confinados, esos a los que la médula añora. Pescó la memoria de los que exánimes que se fueron sin bullicio alguno, como temiendo que la huida también fuera contagiosa.

Tejedora como su naturaleza le indica, entrelazó los hilos para lograr hacer una red lo suficientemente grande, de manera que yo la viera y notara la necesidad de ser activa y creativa.

Me inoculó con el antídoto del sosiego y la certidumbre de la posteridad. Sin embargo, aún tengo reminiscencias de desazón, de no poder pertenecer de nuevo a esa sociedad que alguna vez me contuvo.

Su fuerte mirada proveniente de dos ojos y ocho ocelos me hipnotiza y creo percibir el mensaje: es hora de volver, pero ahora con la posibilidad de elegir de forma consciente, de reconquistar la seguridad.

El octúpedo ha desaparecido de su rincón. Comienza a surgir la esperanza de salir del espacio liminal donde las viejas formas de vivir y pensar ya no son relevantes, es posible que broten nuevas estructuras para reemplazarlas. No somos arácnidos; no estamos tan lejanos unos de los otros. Ahora sabemos que lo que acontece en un sitio también sucede en otro.

 

Las ficciones que vienen

Ernesto Del Toro Hermosillo | México

 

Si algo quedó claro es que la pandemia del covid 19 nos dio una pista, o un breve vistazo, de cómo sería si los extraterrestres nos invadieran o se desatara un apocalipsis zombi: población fuera de control, comprando lo que sea que se necesite para el fin del mundo, atacando irracionalmente a quien se considere una amenaza, mientras los gobiernos intentan encerrarnos en nuestras casas para protegernos. Quedó expuesta nuestra desobediencia, agresividad e irracionalidad. Ahora que estamos volviendo a la normalidad, este evento será analizado con calma y puesto en perspectiva. Va a ser explicado y ajustado a un tamaño manejable, del que podremos apreciar cada uno de sus aspectos. Porque eso pasa siempre, es como la discusión que perdiste en la mañana y en la noche tienes los argumentos para ganar.

Así pues, el pasado 2020 nos dejó una gran historia para contar, por sus implicaciones económicas, sociales y emocionales que, además de crear una nueva realidad (normalidad le dicen), también será proveedora de nuevas ficciones, pues desmitificó la figura del “país que salva al mundo”. Tal vez pronto veremos películas sobre científicos trabajando a contrarreloj para encontrar una vacuna; libros con historias íntimas sobre las obsesiones y el encierro; documentales acerca del impacto económico o de superhéroes entrando al cuerpo humano para atrapar a un microorganismo y encontrar una cura. Además, algunos de nosotros estamos creando un cementerio digital de podcast, canales de YouTube y blogs.

La gran historia a la que me refiero es a la del encierro y el distanciamiento social, que reveló aspectos que no se consideraban acerca la soledad y de la comunicación digital. Primero, consideremos las soledades: estar solo sin nadie alrededor o estar acompañados pero sintiéndonos solos, porque nuestros deseos, obsesiones y rituales íntimos no pueden se comprendidos por todos. En ambos casos, descubrimos que la soledad para ser apreciada requiere que los demás estén bien y que nadie nos necesite. La vida cotidiana sostiene nuestra soledad.

A la par de esto, continuaba la obligación de comunicarnos con los demás, pero que se limitò al uso de pantallas y que de inmediato identificamos que algo faltaba: turnos al hablar, cuerpos, gestos, entonaciones, insinuaciones; hasta el mal aliento y la saliva de los que hablan con la boca bien abierta. Cada junta de trabajo, llamada a los padres, reunión virtual con amigos, conciertos y demás eventos, no eran del todo satisfactorios. Por eso, la sensación de que nada estaba bien imperaba después de cada reunión virtual. Los cuerpos que interactúan son tan necesarios para la economía como para una comunicación significativa. La soledad y la comunicación digital se resignificaron, se piensan diferente. Lo mismo que ocurrió con las ficciones acerca del fin del mundo.

Lo que también cambió es nuestra concepción del uso de cubrebocas: sabemos cuándo y para qué se usa. Se agradecen lo modales al estornudar y que en los comercios tengan gel antibacterial de consistencia liquida, porque el chicloso ni el niño más travieso lo soporta.

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  • Entre Márquez y Mir | Martha Grizel Delgado Rodríguez
  • La Invasión de lo intangible | Zulay Antonia Saxe Castro
  • La utilidad de las arañas en el hogar | Azul de María Orozco Alatorre
  • Las ficciones que vienen | Ernesto Del Toro Hermosillo

 

En el hueco de la zaranda

Obed González Moreno | México

 

Del hueco brillo de la afilada mirada de la muerte, la soledad en la pandemia fue el encuentro con lo otro y el otro que somos. La invitación a adentrarse en lo desconocido, en el crepuscular laberinto interior. Experiencia que en ocasiones se presenta a través de la ansiedad, la depresión o la angustia. La crisis emerge en estallidos por la almohada retumbando violentas obsesiones que rasgan lo invisible que habita en la cabeza y recorre tortuosamente todo el cuerpo hasta descender como una pesada roca que, atada a un lazo de uno mismo, lo arroja a la inexistencia, al sin sentido de ser. Esta es la verdadera soledad, la separación del origen. En este tormentoso viaje se presenta ese otro, el otro que se es también y que se unifica con el ser. Es el cerrar la abertura hecha por esta arquetípica separación, esa supurante herida que arde y lacera, pero que es necesaria para no vivir muerto. Durante este evento
la extrañeza se exhibe y todo contiene algo nuevo sólo que en un principio es extravío, desviación de nuestros deseos, bifurcaciones donde el caos es el acompañante. El sol contiene una oscuridad jamás imaginada y los lugares son ninguno, el tiempo se detiene en un punto vacuo y se proyecta desde las pupilas hacia dentro sin saberlo donde transcurre con un sinsentido. Es dolor que se ata a las venas inundando el cuerpo hasta encallar en el alma. Es aquí donde se llega al abismo, a ese inquietante lugar jamás conocido donde el verdadero yo lucha contra lo que habita en él y, al final de varias batallas, comprende —si es sabio y afortunado— que la única manera de salir victorioso es derrotándose. La única vía de victoria es reconciliarse con esas quimeras que habitan dentro, reconocerse en ellas y unificarse para lograr el regreso desde ese punto y hacia ese mismo punto. La épica es aturdidora porque el héroe
y los villanos que participan en ella son uno mismo. Ninguno sale incólume, sólo que el héroe tiene que ser el que pierda para salir triunfante, sin medallas ni reconocimientos, sólo con el placer y tranquilidad de saberse sí mismo. Este éxodo personal al inframundo es necesario para no seguir siendo un paria, una inflamada ausencia construida por una insubstancial imagen creada por la ignorancia. La experiencia es personal y única para cada individuo y es asombrosa, devela lo que se oculta ante la creencia nuestra de estar seguros de ser quienes somos para hacernos dudar de nuestros propios paradigmas y llevarnos a la oscuridad más apabullante que vive en nuestros adentros.
Es la gran zarandeada, esa que separa el trigo de la basura para que de él renazca algo nuevo pero que siempre ha sido. La pandemia fue, para algunos, muerte y renacimiento de sí mismos.

 

Entre Márquez y Mir

Martha Grizel Delgado Rodríguez | Alemania

 

Es 19 de julio de 2020. En la rutina se ha anidado el uso de cubrebocas y gel desinfectante. En el circuito de Jerez se cae el dios del motociclismo mundial, Marc Márquez, piloto que desde sus inicios paga cualquier precio por la victoria. Esta vez le ha costado un hueso del brazo.

Tras una recuperación incompleta, vuelve. Nueva caída, nueva operación. Se complica la herida y una tercera operación es necesaria. Marc no volverá a las carreras en meses. Ni los aficionados ni los pilotos entienden lo que pasa.

Ante la ausencia del rey, surge Joan Mir, discreto candidato al campeonato. En cada carrera recoge puntos cual hormiga trabajadora y constante. No ha tenido la espectacularidad de Márquez, ni la moto más veloz, quizás sí la más versátil. Pero ha sumado puntos con paciencia, disciplina, en silencio y, casi pudiera decirse, tras bambalinas.

Al ser cuestionado por la presión de ganar, contesta: “Presión es lo que está pasando con el coronavirus o la gente que no puede pagar el alquiler”. Siempre me han gustado más ese tipo de campeones que, sin dejar de ser héroes, pueden ser humanos.

Llega 2021. Las mutaciones testean nuestra resiliencia y el rey Márquez reaparece en Qatar. Me pregunto si un piloto cambia. Si cambiamos nosotros. Si somos capaces de mejorar después de la pandemia. Finalmente, todos nos
hemos caído de la moto como Márquez y se nos ha complicado el camino con la familia, la pareja o el trabajo. ¿Conduciremos diferente? En su primera rueda de prensa, Marc llora. Y yo, que veía con escepticismo algunas de sus maniobras por lo peligrosas para él y los otros, pienso que he errado, que por supuesto este tío ­–como dirían los españoles– debió haber aprendido algo. Porque es doloroso ver una carrera sin participar en ella. Duele estar en casa y ver que los sueños ocurren afuera.

Las medidas aflojan, las calles reviven: circulan las cervezas, las colillas vuelven a tapizar banquetas. ¿Hemos cambiado? Pronto llega Jerez. Estoy segura de que Marc se va a caer donde empezó su pesadilla porque no ha aprendido nada, ni nosotros. Así es la naturaleza humana: se cae.

Afuera hay campañas para evitar una nueva ola. Es un recordatorio del camino andado. ¿Funcionará? Quizás. Y quizás la nueva caída de Márquez en Jerez también lo haya sido. Lo sabremos en Le Mans.

Aunque promete ser sensato, lo traiciona su ambición. Puede más su instinto que su cabeza. Se cae.

Hoy no terminó ni siquiera el circuito italiano de Mugello. Mir sí, incluso alcanzó podio. Y verlo me volvió la sonrisa a los labios. El mismo estilo, ahora con mucha más seguridad, aprendiendo del pasado. Paso a paso. Sin necesidad de cazar o arriesgarse a lo salvaje sólo para saciar su necesidad de ser campeón a cualquier precio. Mientras repaso las imágenes no puedo dejar de preguntarme si este año la gente estará más cerca de Márquez o de Mir. Espero firmemente que sea del segundo.

 

La invasión de lo intangible

Zulay Antonia Saxe Castro | México

 

El shock siempre se siente igual, te paraliza, te deja la mente en blanco; el shock es la calma antes de la tormenta, es ver el mundo girar a tu alrededor y quedarte inmóvil, es pararte en medio de la calle e ignorar los autos que pasan veloces a tu lado, los pitidos de cláxones se vuelven ruidos casi imperceptibles. El año 2020 fue un shock colectivo, todos nos quedamos inmóviles ante un contexto que se salía cada vez más de nuestro control, un virus que no podíamos ni siquiera ver nos invadía: lo intangible nos invadía.

Los humanos intentamos siempre buscarle explicaciones al terror, ponerle un rostro al enemigo, crear monstruos que le den forma a nuestros miedos, porque tenemos la creencia de que sólo viéndolos a los ojos podemos confrontarlos, luchar contra ellos. ¿Cómo luchas contra lo invisible? No es sorpresa que a causa de la pandemia hayan salido piñatas en forma de virus con una cara malvada, que se caricaturice y se imagine al virus como un ente maligno y con conciencia, que sabe lo que hace. No es sorpresa tampoco que en muchos países se hable de “la guerra contra
el covid”, pues si algo entendemos bien los humanos es el arte de la guerra; al conceptualizar la pandemia como una “guerra contra la humanidad” la volvemos tangible. Para nosotros, animales bélicos, es más fácil entender eso.
La alternativa es aceptar que el virus del covid sólo es eso, un virus, como tantos millones de virus en el mundo, sin conciencia y sin malicia.

2021 es un año de duelo colectivo, el shock inicial ha pasado y las oleadas de dolor y claridad comienzan a golpearnos en la cara. Millones de personas han muerto, millones de personas han perdido a un ser amado sin poder siquiera llevar a cabo el rito funerario, una práctica esencial en la historia de la humanidad cuya importancia tiende a menospreciarse por ser simbólica. La pandemia nos ha obligado a reconceptualizar prácticas comunes, nos ha obligado a adaptarnos para sobrevivir y para dar cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor.

Las crisis son también ventanas de oportunidad. La pandemia trajo consigo crisis en todas las vertientes de nuestras existencias, al comienzo incluso había quienes creían que la pandemia sería la caída del capitalismo. Pero no: el capitalismo, como un virus, se adaptó y creó nuevas variantes, nuevas cepas para seguir viviendo. Quizá la pandemia no destruyó al capitalismo, pero la crisis que desató nos dejó algo muy claro: este sistema económico no es sustentable, este sistema económico es responsable de que nadie quiera liberar la patente de la vacuna, de que la pandemia haya creado en medio de un mar de muerte a nueve flamantes multimillonarios, los fabricantes de las vacunas.

Esa es la lección: las cosas tienen que cambiar.

 

La utilidad de las arañas en el hogar

Azul de María Orozco Alatorre | México

 

En una esquina, pendiente de cualquier movimiento, ágil, pero casi siempre inmóvil, parecía ignorar mi existencia.

Hace algunos días se ha hecho notoria. Corrió a nutrirse de los pensamientos que volaban como moscas sobre mis sesos escurrientes por el ineludible retiro.

Con rápidos desplazamientos, atrapó el deseo de ver a los otros, los también confinados, esos a los que la médula añora. Pescó la memoria de los que exánimes que se fueron sin bullicio alguno, como temiendo que la huida también fuera contagiosa.

Tejedora como su naturaleza le indica, entrelazó los hilos para lograr hacer una red lo suficientemente grande, de manera que yo la viera y notara la necesidad de ser activa y creativa.

Me inoculó con el antídoto del sosiego y la certidumbre de la posteridad. Sin embargo, aún tengo reminiscencias de desazón, de no poder pertenecer de nuevo a esa sociedad que alguna vez me contuvo.

Su fuerte mirada proveniente de dos ojos y ocho ocelos me hipnotiza y creo percibir el mensaje: es hora de volver, pero ahora con la posibilidad de elegir de forma consciente, de reconquistar la seguridad.

El octúpedo ha desaparecido de su rincón. Comienza a surgir la esperanza de salir del espacio liminal donde las viejas formas de vivir y pensar ya no son relevantes, es posible que broten nuevas estructuras para reemplazarlas. No somos arácnidos; no estamos tan lejanos unos de los otros. Ahora sabemos que lo que acontece en un sitio también sucede en otro.

 

Las ficciones que vienen

Ernesto Del Toro Hermosillo | México

 

Si algo quedó claro es que la pandemia del covid 19 nos dio una pista, o un breve vistazo, de cómo sería si los extraterrestres nos invadieran o se desatara un apocalipsis zombi: población fuera de control, comprando lo que sea que se necesite para el fin del mundo, atacando irracionalmente a quien se considere una amenaza, mientras los gobiernos intentan encerrarnos en nuestras casas para protegernos. Quedó expuesta nuestra desobediencia, agresividad e irracionalidad. Ahora que estamos volviendo a la normalidad, este evento será analizado con calma y puesto en perspectiva. Va a ser explicado y ajustado a un tamaño manejable, del que podremos apreciar cada uno de sus aspectos. Porque eso pasa siempre, es como la discusión que perdiste en la mañana y en la noche tienes los argumentos para ganar.

Así pues, el pasado 2020 nos dejó una gran historia para contar, por sus implicaciones económicas, sociales y emocionales que, además de crear una nueva realidad (normalidad le dicen), también será proveedora de nuevas ficciones, pues desmitificó la figura del “país que salva al mundo”. Tal vez pronto veremos películas sobre científicos trabajando a contrarreloj para encontrar una vacuna; libros con historias íntimas sobre las obsesiones y el encierro; documentales acerca del impacto económico o de superhéroes entrando al cuerpo humano para atrapar a un microorganismo y encontrar una cura. Además, algunos de nosotros estamos creando un cementerio digital de podcast, canales de YouTube y blogs.

La gran historia a la que me refiero es a la del encierro y el distanciamiento social, que reveló aspectos que no se consideraban acerca la soledad y de la comunicación digital. Primero, consideremos las soledades: estar solo sin nadie alrededor o estar acompañados pero sintiéndonos solos, porque nuestros deseos, obsesiones y rituales íntimos no pueden se comprendidos por todos. En ambos casos, descubrimos que la soledad para ser apreciada requiere que los demás estén bien y que nadie nos necesite. La vida cotidiana sostiene nuestra soledad.

A la par de esto, continuaba la obligación de comunicarnos con los demás, pero que se limitò al uso de pantallas y que de inmediato identificamos que algo faltaba: turnos al hablar, cuerpos, gestos, entonaciones, insinuaciones; hasta el mal aliento y la saliva de los que hablan con la boca bien abierta. Cada junta de trabajo, llamada a los padres, reunión virtual con amigos, conciertos y demás eventos, no eran del todo satisfactorios. Por eso, la sensación de que nada estaba bien imperaba después de cada reunión virtual. Los cuerpos que interactúan son tan necesarios para la economía como para una comunicación significativa. La soledad y la comunicación digital se resignificaron, se piensan diferente. Lo mismo que ocurrió con las ficciones acerca del fin del mundo.

Lo que también cambió es nuestra concepción del uso de cubrebocas: sabemos cuándo y para qué se usa. Se agradecen lo modales al estornudar y que en los comercios tengan gel antibacterial de consistencia liquida, porque el chicloso ni el niño más travieso lo soporta.