La boca ahora es INVISIBLE
En un año nos atropelló lo traumático y hoy surge una nueva incapacidad narrativa. Las palabras simplifican las historias del mundo. Lo indescriptible permanece ahí donde los rostros se cubren con trozos de tela que ocultan las heridas del confinamiento.
Naces
Mueres mueres mueres mueres mueres mueres
Mueres mueres mueres mueres mueres mueres
¿Naces? ¿Mueres?
Regresamos a las calles. Los datos han sido la anestesia contra nuestra abrupta finitud, aquel paisaje sin nosotros donde la naturaleza comenzaba a ocupar el lugar de las multitudes insomnes y el polvo los cuerpos que un día nos habitaron.
Faltan las palabras, pero lo que sobran son:
L
Á
G
R
I
M
A
Ss
ss
Todas las que no alcanzaron a dar un último adiós sobre la piel fría del ser significante. Y al leer esto tú me dirás (con todo y el singular reclamo a los “lugares comunes” y “frases hechas”).
—“Yo ya he visto esto antes”.
—“Es probable”, te responderé. “No, es seguro”, me corregiré.
Porque en la tragicomedia de la probabilidad fuimos parte del contagio, de la experiencia compartida. Esto al grado de que la frontera entre la vida y la inexistencia ahora es apenas distinguible. ¿Vivo aún detrás de la pantalla?
Y ante todo lo que ya no está, ¿qué nos queda hoy?
un
V CÍO
Creemos que el erudito es aquel cuya vida está inextricablemente unida a una fortaleza hecha de libros y legajos impenetrables para el entendimiento común. Alrededor de su cabeza las ideas gravitan con una densidad que nos impone distancia intelectual y física, pues en última instancia nos parece un monje laico que transita entre la cartuja académica y su abadía personal. Huele a vainilla y humedad, transpiración de los viejos libros que lo pueblan. Si por algún capricho genético carece de barbas platónicas, corona su frente un desgreñado eximio a la Goethe. Un cliché más o menos involuntario. Una transmutación más o menos deshumanizante.
El erudito es un varón maduro con cara de respuestas. Tal vez por eso naufrague cada día frente al espejo y quizá, por la misma razón, ahora esté a la deriva ante la pantalla. Cierto pudor lo lleva a rehuir la digitalización de la vida tanto como la erosión de la materia. Ningún tuit hace oráculo, ningún reflejo hace justicia al ser.
Unos cuantos nos reunimos con él en una especie de caverna digital con la esperanza de que el lenguaje del virus contenga una semántica secreta, pues somos incapaces de asociar significados a los rostros que creíamos conocer. Hemos devenido anónimos, seudónimos y hasta acrónimos. Algunos incluso se bannerizaron. Pero lo indecible sigue ahí y la vida está en otra parte, reclamando la inocencia perdida entre algoritmos.
En la precariedad del aula, la risa y el aura eran dos conjuros simétricos frente a la conciencia de la urgencia. Pero ahora el erudito zozobra en el monitor frente al que conduzco mi existencia sedentaria. Lo observo maniobrar mientras el resto es pura indolencia. Él es el único huidizo entre una caterva cuadriculada y bien alineada. Inquieto y severo, es la imagen del pensador domesticado. Él no lo sabe, o probablemente lo intuye desde que extravió el afuera donde pasear las ideas. Después de unos minutos sigue murmurando, tecleando, agitándose. Asistimos a la confusión de sus pensamientos y al desorden de su estudio sin apenas inmutarnos. En vista de que la violación a la privacidad se tornó pecado venial en el inconfesado Estado de emergencia, su aura se ha vuelto exigua y nuestra risa torva. La humanidad se desnudó de enigmas y ya todo nos recuerda que el viento sopla donde quiere.
¿Quién nos ve mirar a través del espejo? El erudito, al fin demasiado humano ante nuestros ojos, por un instante permanece atónito mirando a la cámara. Mirándonos. Luego el recuadro negro de su ausencia. “La risa y el canto son los únicos que no se envían. Ni las lágrimas”, leo enseguida en un correo intempestivo cuyo título reza “Adiós a Lacan”. Lo releo una y otra vez en voz alta para familiarizarme con el pensamiento de la impresencia. Entre la ternura y la perplejidad, voy despertando de mi ingenuidad narcisista: los límites de nuestro lenguaje no son los límites de ningún mundo. El confinamiento es una parábola.
Los ojos vidriosos eran una forma de aludir al llanto pero ahora prácticamente todos los ojos están vidriosos o acristalados. El temor al exterior va pasando mientras asimilamos una vida acristalada. Los cristales dibujan el mundo sin todos los riesgos que están allá afuera.
Los primeros días de la pandemia imaginaba que todo pasaría rápido. Los días se apilaron y mis ojos se avidriaron indefinidamente; ahora veo que no fueron los únicos. La ventana, con sus paisajes de calles vacías, emocionaba. ¿Cuántas películas o videojuegos no empiezan así? A diferencia de mis fantasías de los primeros días, no comenzaba una aventura clásica con carreras, misterio y lucha, sino una aventura hacia adentro paralizada ante una rutina lenta.
El cristal líquido de las pantallas tapizó los días. El semestre avanzaba y había que terminar, había tan poco tiempo que pocos preguntamos: ¿para qué? Clases, reuniones, horas y horas de espaldas cada vez más cansadas, de ojos cada vez más rojos, cada vez más vidriosos. Seguíamos acristalándonos.
Hablo de un “nosotros” aunque cada quién vivió su propia historia, ya fuera comedia o tragedia, muchos tras un cristal. Yo estuve en ese grupo de privilegiados, al menos desde la pantalla me perdía los olores del pánico que muchos percibían a diario en las calles. Ahí adentro, en un cuarto rentado, junto a otro cuarto rentado donde se vivía una historia distinta, fantaseaba con una buena noticia. Como muchos, olvidé que los cristales detienen los sonidos y me perdía los pregones.
Cuando el mundo se detiene sólo queda pensar y en esta ocasión nos tocó hacerlo mientras mirábamos tras los cristales. Desde las pantallas se recibían recordatorios constantes sobre lo maravillosa que es la vida, exactamente en el momento en que todos comenzábamos a olvidarla. Había que gritar que todo era hermoso con riesgo de ser abandonado por la manada virtual si no se hacía. Yo preferí no hacerlo.
Mirar el mundo tras los cristales nos ayuda a enfocar; a enfocar qué, eso ya es asunto de cada quien. Habrá quien se enfocó en mejorar su condición física o su sazón, muchos pusieron ese foco en todas las derrotas de su vida (había tiempo de sobra). El problema de enfocar es que perdemos la oportunidad de distraernos.
Al mirar detenidamente un pequeño cristal nos maravillamos con su brillo pero nos perdemos de la oscuridad que lo rodea. Es ahí donde se encuentran los olores, sabores, sonidos y texturas que tanto añoramos. Ahí, lejos de los mensajes optimistas que nos querían sacar a flote ante la crisis, sobraban los salvavidas.
Mis ojos siguen acristalados, como los de muchos. Una ventana cerrada asfixiará a cualquier curioso. El gran cambio ahora es que tengo una nueva ventana, abierta, esta vez propia y sin historias ajenas con que lidiar. Ahí está el riesgo de la lluvia torrencial que puede colarse para formar un charco pero sin eso respiraría el mismo aire una y otra vez, cada vez más rancio, cada vez seco, siempre, ¿libre de virus?
Que el dolor se siente sobretodo en la ausencia.
Que la ausencia es la añoranza de lo que fue, un vacío en la vértebra lumbar de esta ciudad confinada.
Que parece que todo perdura pero en verdad no, que te abriga lo cálido de este hogar aunque ahora también sea un cementerio.
Que en medio de este vacío sobrevive únicamente el recuerdo, que nuestras vidas serán apenas la mitad de lo que eran antes.
Que tu cuerpo no resiste como lo hacía, que lleva en él el luto de la persona que no pudo ser.
Que somos los remanentes de la enfermedad, que somos una imposibilidad en medio de este vasto mundo.
Y que a pesar de todo eso, la ternura sí es perpetua.
Que aprendiste a querer de lejos, que abrazaste por medio de un cuadrito que se pone negro a los cuarenta minutos.
Que sabes reconocer cuando alguien sonríe por la forma en la que sus ojos se entrecierran,
que nunca antes habías dicho adiós como lo haces ahora.
Que hueles la tierra mojada antes de que llueva como recordatorio de que sigues viva,
que ahora sabes lo mucho que cuesta respirar.
Que las filas de espera ya no te parecen tan largas porque estás acompañada, que necesitas de las demás tanto como ellas te necesitan a ti.
Que este mundo es habitable porque resistimos con cariño, que la nostalgia que nos llena el cuerpo es transitoria.
—¡Sí! El de siempre, por favor.
—A mí también el de siempre.
Sobre mis manos posaba una forma esférica y cóncava con contenido para goce y relajamiento de mis sentidos. Me eliges o quizá te elijo si feliz o triste me siento. Negro si quiero reforzar el sistema inmunológico; verde si quiero retrasar el envejecimiento; rojo para quemar la grasa; blanco para la fatiga mental y física. Pero hoy algo pasa… no tienes el mismo aroma sucesivo, no te percibo; hoy uno de mis sentidos se apaga indeterminadamente. Era una polifonía de colores, un amplio abanico de posibilidades de sabores que simplemente hoy ya no está. Hoy hueles a quemado, de hecho, no eres sólo tú, todo huele igual y no hay más remedio que la espera.
—Cualquiera está bien, gracias.
No me acompañas más, te alejaste inesperadamente, te soy sincera: me sorprendiste. ¿Cuántas veces no presté atención a detalles que hacían de verdad la diferencia? Hasta ahora las reuniones familiares en la mesa y la hora del té habían tenido un significado nunca antes reflexionado: las mejores recetas se servían para nosotros con el fin de saciar y alegrar un paladar y, además, no sobraban tazas ni platos en la mesa. Compartir una taza de té no era solamente una charla amena, no era el gusto de saborear cada húmedo sorbo, era el gusto por la vida misma y ahora se ve más claro. A veces el escaso tiempo no permite que se revelen ante nosotros esos detalles, esos sabores.
Termino el último sorbo y sólo queda el remanente.
Mientras tanto yo sigo esperando-té, pero esto no era lo de siempre.
Lees.
Neumonía de causa desconocida en China; 1 de enero. Lo bueno que estamos en México y no nos afecta. Inidentificado el agente etiológico, la OMS pide ayuda internacional; 2 de enero. Bendito Dios tenemos al IMMS y al INSABI para emergencias. China confirma 44 pacientes; 3 de enero. En México tragamos hasta en el panteón, qué nos puede hacer el virus. Epicentro, Wuhan en Hubei, China; 5 de enero. Nuevo virus igual a vender nuevas vacunas. Primer caso de coronavirus en Tailandia; 14 de enero. Mueren más personas el tabaco y el alcohol, es sólo una distracción. Coronavirus en Japón; 16 de enero. Arrepiéntanse de sus pecados. Caso Corea del Sur y EU; 20 de enero. ¡Ya me cargó la china! Caso en Taiwán; 21 de enero. ¿Es cierto que viene de un pozole de murciélago?
Temores te enmarañan la cabeza.
Este es el mercado donde se habría originado el coronavirus; 21 de enero. Son como los mercados del México. Primer caso en Macao y Hong Kong; 22 de enero. Este es un trabajo para James Bond. Caso en Singapur y Vietnam; 23 de enero. Algo va a pasar en el mundo de la política. Caso en Francia y Nepal; 24 de enero. Viene el nuevo orden mundial. Infección en Canadá y Malasia; 25 de enero. Quieren evitar la sobrepoblación, al estilo Thanos. Alemania, Camboya y Sri Lanka; 27 de enero. Ya puedo poner mi negocio de cubrebocas. Contagio en Emiratos Árabes Unidos y Finlandia; 29 de enero. Es una cortina de humo por la canción de “Yummy” del Justin y la teoría Pizzagate.
Vas al psicólogo. Son miedos infundados, te ha dicho. Sigues…
Primer caso en Filipinas, India e Italia; 30 de enero. Umbrella Corporation. Virus en España, Reino Unido…; 31 de enero. No lo sé, Rick, parece falso. Bélgica; 4 de febrero. Los chinos, hasta inventando virus son los mejores. Infección en Egipto; 14 de febrero. La culpa la tiene Felipe Calderón por la guerra que desató en México. Caso en Irán; 19 de febrero. Si las garnachas no nos matan de una tifoidea nada lo hará. Israel y Líbano; 21 de febrero. Es como la historia del chupacabras. Afganistán, Beréin, Brasil…; 25 de febrero. Son cuentos chinos. Primer caso en Georgia, Grecia, Macedonia del Norte…; 26 de febrero. Es una enfermedad de ricos que mata a los pobres. Caso en Dinamarca, Estonia, México…:27 de febrero. Desde ahora, todo el que se muera es de coronavirus.
La ansiedad te cierra la garganta.
El doctor Hugo López-Gatell presenta Modelo Centinela; 3 de mayo. Voy a crear un grupo de ayuda. Vacunas se perfilan pare este 2020; 3 de junio. Ayúdenme a conseguir oxígeno para mi mamá. México cierra con un total de 125 mil 807 muertes, oficiales.
Caes con el psiquiatra, te prohíbe las pantallas.
Lanzan petición para destituir a Hugo López-Gatell, lo acusan de genocida; 19 de marzo, 2021. Muere primer sospechoso de hongo negro en México: 9 junio.
El Lexapro te ha tranquilizado.
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La boca ahora es INVISIBLE
En un año nos atropelló lo traumático y hoy surge una nueva incapacidad narrativa. Las palabras simplifican las historias del mundo. Lo indescriptible permanece ahí donde los rostros se cubren con trozos de tela que ocultan las heridas del confinamiento.
Naces
Mueres mueres mueres mueres mueres mueres
Mueres mueres mueres mueres mueres mueres
¿Naces? ¿Mueres?
Regresamos a las calles. Los datos han sido la anestesia contra nuestra abrupta finitud, aquel paisaje sin nosotros donde la naturaleza comenzaba a ocupar el lugar de las multitudes insomnes y el polvo los cuerpos que un día nos habitaron.
Faltan las palabras, pero lo que sobran son:
L
Á
G
R
I
M
A
Ss
ss
Todas las que no alcanzaron a dar un último adiós sobre la piel fría del ser significante. Y al leer esto tú me dirás (con todo y el singular reclamo a los “lugares comunes” y “frases hechas”).
—“Yo ya he visto esto antes”.
—“Es probable”, te responderé. “No, es seguro”, me corregiré.
Porque en la tragicomedia de la probabilidad fuimos parte del contagio, de la experiencia compartida. Esto al grado de que la frontera entre la vida y la inexistencia ahora es apenas distinguible. ¿Vivo aún detrás de la pantalla?
Y ante todo lo que ya no está, ¿qué nos queda hoy?
un
V CÍO
Creemos que el erudito es aquel cuya vida está inextricablemente unida a una fortaleza hecha de libros y legajos impenetrables para el entendimiento común. Alrededor de su cabeza las ideas gravitan con una densidad que nos impone distancia intelectual y física, pues en última instancia nos parece un monje laico que transita entre la cartuja académica y su abadía personal. Huele a vainilla y humedad, transpiración de los viejos libros que lo pueblan. Si por algún capricho genético carece de barbas platónicas, corona su frente un desgreñado eximio a la Goethe. Un cliché más o menos involuntario. Una transmutación más o menos deshumanizante.
El erudito es un varón maduro con cara de respuestas. Tal vez por eso naufrague cada día frente al espejo y quizá, por la misma razón, ahora esté a la deriva ante la pantalla. Cierto pudor lo lleva a rehuir la digitalización de la vida tanto como la erosión de la materia. Ningún tuit hace oráculo, ningún reflejo hace justicia al ser.
Unos cuantos nos reunimos con él en una especie de caverna digital con la esperanza de que el lenguaje del virus contenga una semántica secreta, pues somos incapaces de asociar significados a los rostros que creíamos conocer. Hemos devenido anónimos, seudónimos y hasta acrónimos. Algunos incluso se bannerizaron. Pero lo indecible sigue ahí y la vida está en otra parte, reclamando la inocencia perdida entre algoritmos.
En la precariedad del aula, la risa y el aura eran dos conjuros simétricos frente a la conciencia de la urgencia. Pero ahora el erudito zozobra en el monitor frente al que conduzco mi existencia sedentaria. Lo observo maniobrar mientras el resto es pura indolencia. Él es el único huidizo entre una caterva cuadriculada y bien alineada. Inquieto y severo, es la imagen del pensador domesticado. Él no lo sabe, o probablemente lo intuye desde que extravió el afuera donde pasear las ideas. Después de unos minutos sigue murmurando, tecleando, agitándose. Asistimos a la confusión de sus pensamientos y al desorden de su estudio sin apenas inmutarnos. En vista de que la violación a la privacidad se tornó pecado venial en el inconfesado Estado de emergencia, su aura se ha vuelto exigua y nuestra risa torva. La humanidad se desnudó de enigmas y ya todo nos recuerda que el viento sopla donde quiere.
¿Quién nos ve mirar a través del espejo? El erudito, al fin demasiado humano ante nuestros ojos, por un instante permanece atónito mirando a la cámara. Mirándonos. Luego el recuadro negro de su ausencia. “La risa y el canto son los únicos que no se envían. Ni las lágrimas”, leo enseguida en un correo intempestivo cuyo título reza “Adiós a Lacan”. Lo releo una y otra vez en voz alta para familiarizarme con el pensamiento de la impresencia. Entre la ternura y la perplejidad, voy despertando de mi ingenuidad narcisista: los límites de nuestro lenguaje no son los límites de ningún mundo. El confinamiento es una parábola.
Los ojos vidriosos eran una forma de aludir al llanto pero ahora prácticamente todos los ojos están vidriosos o acristalados. El temor al exterior va pasando mientras asimilamos una vida acristalada. Los cristales dibujan el mundo sin todos los riesgos que están allá afuera.
Los primeros días de la pandemia imaginaba que todo pasaría rápido. Los días se apilaron y mis ojos se avidriaron indefinidamente; ahora veo que no fueron los únicos. La ventana, con sus paisajes de calles vacías, emocionaba. ¿Cuántas películas o videojuegos no empiezan así? A diferencia de mis fantasías de los primeros días, no comenzaba una aventura clásica con carreras, misterio y lucha, sino una aventura hacia adentro paralizada ante una rutina lenta.
El cristal líquido de las pantallas tapizó los días. El semestre avanzaba y había que terminar, había tan poco tiempo que pocos preguntamos: ¿para qué? Clases, reuniones, horas y horas de espaldas cada vez más cansadas, de ojos cada vez más rojos, cada vez más vidriosos. Seguíamos acristalándonos.
Hablo de un “nosotros” aunque cada quién vivió su propia historia, ya fuera comedia o tragedia, muchos tras un cristal. Yo estuve en ese grupo de privilegiados, al menos desde la pantalla me perdía los olores del pánico que muchos percibían a diario en las calles. Ahí adentro, en un cuarto rentado, junto a otro cuarto rentado donde se vivía una historia distinta, fantaseaba con una buena noticia. Como muchos, olvidé que los cristales detienen los sonidos y me perdía los pregones.
Cuando el mundo se detiene sólo queda pensar y en esta ocasión nos tocó hacerlo mientras mirábamos tras los cristales. Desde las pantallas se recibían recordatorios constantes sobre lo maravillosa que es la vida, exactamente en el momento en que todos comenzábamos a olvidarla. Había que gritar que todo era hermoso con riesgo de ser abandonado por la manada virtual si no se hacía. Yo preferí no hacerlo.
Mirar el mundo tras los cristales nos ayuda a enfocar; a enfocar qué, eso ya es asunto de cada quien. Habrá quien se enfocó en mejorar su condición física o su sazón, muchos pusieron ese foco en todas las derrotas de su vida (había tiempo de sobra). El problema de enfocar es que perdemos la oportunidad de distraernos.
Al mirar detenidamente un pequeño cristal nos maravillamos con su brillo pero nos perdemos de la oscuridad que lo rodea. Es ahí donde se encuentran los olores, sabores, sonidos y texturas que tanto añoramos. Ahí, lejos de los mensajes optimistas que nos querían sacar a flote ante la crisis, sobraban los salvavidas.
Mis ojos siguen acristalados, como los de muchos. Una ventana cerrada asfixiará a cualquier curioso. El gran cambio ahora es que tengo una nueva ventana, abierta, esta vez propia y sin historias ajenas con que lidiar. Ahí está el riesgo de la lluvia torrencial que puede colarse para formar un charco pero sin eso respiraría el mismo aire una y otra vez, cada vez más rancio, cada vez seco, siempre, ¿libre de virus?
Que el dolor se siente sobretodo en la ausencia.
Que la ausencia es la añoranza de lo que fue, un vacío en la vértebra lumbar de esta ciudad confinada.
Que parece que todo perdura pero en verdad no, que te abriga lo cálido de este hogar aunque ahora también sea un cementerio.
Que en medio de este vacío sobrevive únicamente el recuerdo, que nuestras vidas serán apenas la mitad de lo que eran antes.
Que tu cuerpo no resiste como lo hacía, que lleva en él el luto de la persona que no pudo ser.
Que somos los remanentes de la enfermedad, que somos una imposibilidad en medio de este vasto mundo.
Y que a pesar de todo eso, la ternura sí es perpetua.
Que aprendiste a querer de lejos, que abrazaste por medio de un cuadrito que se pone negro a los cuarenta minutos.
Que sabes reconocer cuando alguien sonríe por la forma en la que sus ojos se entrecierran,
que nunca antes habías dicho adiós como lo haces ahora.
Que hueles la tierra mojada antes de que llueva como recordatorio de que sigues viva,
que ahora sabes lo mucho que cuesta respirar.
Que las filas de espera ya no te parecen tan largas porque estás acompañada, que necesitas de las demás tanto como ellas te necesitan a ti.
Que este mundo es habitable porque resistimos con cariño, que la nostalgia que nos llena el cuerpo es transitoria.
—¡Sí! El de siempre, por favor.
—A mí también el de siempre.
Sobre mis manos posaba una forma esférica y cóncava con contenido para goce y relajamiento de mis sentidos. Me eliges o quizá te elijo si feliz o triste me siento. Negro si quiero reforzar el sistema inmunológico; verde si quiero retrasar el envejecimiento; rojo para quemar la grasa; blanco para la fatiga mental y física. Pero hoy algo pasa… no tienes el mismo aroma sucesivo, no te percibo; hoy uno de mis sentidos se apaga indeterminadamente. Era una polifonía de colores, un amplio abanico de posibilidades de sabores que simplemente hoy ya no está. Hoy hueles a quemado, de hecho, no eres sólo tú, todo huele igual y no hay más remedio que la espera.
—Cualquiera está bien, gracias.
No me acompañas más, te alejaste inesperadamente, te soy sincera: me sorprendiste. ¿Cuántas veces no presté atención a detalles que hacían de verdad la diferencia? Hasta ahora las reuniones familiares en la mesa y la hora del té habían tenido un significado nunca antes reflexionado: las mejores recetas se servían para nosotros con el fin de saciar y alegrar un paladar y, además, no sobraban tazas ni platos en la mesa. Compartir una taza de té no era solamente una charla amena, no era el gusto de saborear cada húmedo sorbo, era el gusto por la vida misma y ahora se ve más claro. A veces el escaso tiempo no permite que se revelen ante nosotros esos detalles, esos sabores.
Termino el último sorbo y sólo queda el remanente.
Mientras tanto yo sigo esperando-té, pero esto no era lo de siempre.
Lees.
Neumonía de causa desconocida en China; 1 de enero. Lo bueno que estamos en México y no nos afecta. Inidentificado el agente etiológico, la OMS pide ayuda internacional; 2 de enero. Bendito Dios tenemos al IMMS y al INSABI para emergencias. China confirma 44 pacientes; 3 de enero. En México tragamos hasta en el panteón, qué nos puede hacer el virus. Epicentro, Wuhan en Hubei, China; 5 de enero. Nuevo virus igual a vender nuevas vacunas. Primer caso de coronavirus en Tailandia; 14 de enero. Mueren más personas el tabaco y el alcohol, es sólo una distracción. Coronavirus en Japón; 16 de enero. Arrepiéntanse de sus pecados. Caso Corea del Sur y EU; 20 de enero. ¡Ya me cargó la china! Caso en Taiwán; 21 de enero. ¿Es cierto que viene de un pozole de murciélago?
Temores te enmarañan la cabeza.
Este es el mercado donde se habría originado el coronavirus; 21 de enero. Son como los mercados del México. Primer caso en Macao y Hong Kong; 22 de enero. Este es un trabajo para James Bond. Caso en Singapur y Vietnam; 23 de enero. Algo va a pasar en el mundo de la política. Caso en Francia y Nepal; 24 de enero. Viene el nuevo orden mundial. Infección en Canadá y Malasia; 25 de enero. Quieren evitar la sobrepoblación, al estilo Thanos. Alemania, Camboya y Sri Lanka; 27 de enero. Ya puedo poner mi negocio de cubrebocas. Contagio en Emiratos Árabes Unidos y Finlandia; 29 de enero. Es una cortina de humo por la canción de “Yummy” del Justin y la teoría Pizzagate.
Vas al psicólogo. Son miedos infundados, te ha dicho. Sigues…
Primer caso en Filipinas, India e Italia; 30 de enero. Umbrella Corporation. Virus en España, Reino Unido…; 31 de enero. No lo sé, Rick, parece falso. Bélgica; 4 de febrero. Los chinos, hasta inventando virus son los mejores. Infección en Egipto; 14 de febrero. La culpa la tiene Felipe Calderón por la guerra que desató en México. Caso en Irán; 19 de febrero. Si las garnachas no nos matan de una tifoidea nada lo hará. Israel y Líbano; 21 de febrero. Es como la historia del chupacabras. Afganistán, Beréin, Brasil…; 25 de febrero. Son cuentos chinos. Primer caso en Georgia, Grecia, Macedonia del Norte…; 26 de febrero. Es una enfermedad de ricos que mata a los pobres. Caso en Dinamarca, Estonia, México…:27 de febrero. Desde ahora, todo el que se muera es de coronavirus.
La ansiedad te cierra la garganta.
El doctor Hugo López-Gatell presenta Modelo Centinela; 3 de mayo. Voy a crear un grupo de ayuda. Vacunas se perfilan pare este 2020; 3 de junio. Ayúdenme a conseguir oxígeno para mi mamá. México cierra con un total de 125 mil 807 muertes, oficiales.
Caes con el psiquiatra, te prohíbe las pantallas.
Lanzan petición para destituir a Hugo López-Gatell, lo acusan de genocida; 19 de marzo, 2021. Muere primer sospechoso de hongo negro en México: 9 junio.
El Lexapro te ha tranquilizado.