#LeccionesDelAislamientoUDG | Ronda 15

#LeccionesDelAislamientoUDG | Ronda 15

15 Julio 2021
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  • Fotos y hashtags | Berenice Reyal
  • Querube | Donnovan Santos
  • El autobús, el amor y recuperar las piernas | María Gabriela Camberos Luna
  • Elogio al cubrebocas | Nohemi Damian de Paz
  • Mi mundo | Jaru

 

Fotos y hashtags

Berenice Reyal | México

 

Tras más de un año de encierro se han descubierto emociones varias desde la pantalla, acompañadas todas por un sinnúmero de hashtags a manera de crónica en un ritmo incierto.

Primero, subimos fotos con cubrebocas puestos, como jugando a ser doctores, y cuando el juego se nos acabó, nos dio miedo sabernos por tiempo indefinido en casa #Covid19. Corrimos a tiendas y farmacias, compras de pánico sin víveres, sin papel, y sin esperanza.

Después, mostramos el privilegio de estar #AtHome. Se exhibieron gloriosos los que contaban con jardín, los que podían mirar el cielo desde sus recámaras. Subimos fotos ejercitándonos porque #reto en #pandemia y las escenas cotidianas fueron de glamur ataviadas: los tutoriales en YouTube, fotos del desayuno, comida y de la cena improvisada. #QuédateEnCasa.

Los vecinos aprovecharon para remodelar la fachada #trabajando.

Presumimos las primeras clases en línea, niños con audífonos frente a las pantallas, los cafés de media tarde cuando el #homeoffice aguardaba.

Tratando de encontrarnos en la soledad, intentamos nuevos bailes, nuevos cortes y colores de cabello, nuevos outfits y delineados intensos #changes.

Nos acabamos las series y películas, las viejas y las nuevas #Netflix, todas acabamos de verlas y de criticarlas sintiendo que el tiempo su tiempo se tomaba.

Más tarde, documentamos la excursión al supermercado equipados con cubrebocas, careta y #SusanaDistancia. Sentimos miedo cuando las conferencias nos alertaban, cuando supimos de las filas por oxígeno y que los precios se elevaban. Sentimos horror cuando los casos fueron familiares y amigos, y nuestro corazón se estrujó con la lista de fallecidos. Subimos esquelas y pensamientos tristes #QEPD. Lloramos y tan sólo moños negros en los perfiles quedaban.

Mostramos fotos de calles desiertas, y después de las filas largas, cuando los comercios abrieron. Escuchamos críticas tanto a los que se quedaron como a los que salieron de casa. Nos criticamos todos mientras nuestros ojos lloraban.

Se inventaron nuevas palabras: coviodiotas, covifiestas, al tiempo que se incorporaron al habla cotidiana la contingencia, las caravanas, las reuniones, clases y abrazos a distancia, y cuando se acabaron las sonrisas confinadas, sacamos las fotos viejas #TBT para mostrar la experiencia de un pasado en añoranza.

Después de la novedad, nos acostumbramos a trabajar con las cámaras apagadas, ya no más presumir seguir arreglados estando en casa, ya nada importaba, porque las emociones subían y bajaban #Sadness.

Al paso de los semáforos, las calles se fueron llenando de gente mientras las vacunas poco a poco llegaban. Subimos las fotos y videos mientras nos inyectaban porque #vacunada.

De la pandemia nos quedan aún miedo y esperanza mientras vivimos cada día entre fotos y hashtags, testimonios de un ritmo que hoy se vive y retrata a través de la pantalla.

 

Querube

Donnovan Santos | México

 

Despierto. Me levanto. Abro mi visillo y observo detrás de la ventana. Me siento en mi escritorio y me adentro en la computadora. No tengo hambre. No desayuno. Pasan cinco horas y vuelvo a mirar hacia el ajimez. Volteo y veo mi yacija, decido acostarme de nuevo. Respiro, respiro profundamente. Decido levantarme e ir a mi terrado. Subo unas escaleras blancas y llego al punto más alto de mi casa. Contemplo. Transcurren treinta y cinco minutos. El cielo se apertura y veo a un ángel. Quedo totalmente anonadado. En ese momento, sólo deseo ser como él. Estoy decido. Desde lo más alto decido volar. Doy el salto y siento que vuelo. El aire fresco me pega en la cabeza, tanto que me he desmayado. Y cumplo mi sueño. Hoy soy un ángel que veo desde la patria celestial a aquellas personas que están encerradas en una habitación de cuatro paredes y desean liberarse del abatimiento, para ser un ángel como yo.  

 

El autobús, el amor y recuperar las piernas

María Gabriela Camberos Luna | México

 

De un día para otro salir de casa se convirtió en una actividad de riesgo, pero el virus y la enfermedad no nos acechaban a todos por igual. Parece que no hacen distinciones cuando eligen a sus víctimas, pero es una realidad que se ensañan con las más vulnerables y la vulnerabilidad es diversa. Una persona se dirige a su trabajo en un autobús abarrotado y luego surge una historia, después otra y, al final, el miedo.

La historia avanza por hitos. Este, seguramente, será uno de ellos. Hasta hace unos meses esperábamos regresar a lo que llamábamos “la normalidad” y ahora empezamos a entender que eso ya no existe. Nos costó trabajo. Un duelo colectivo. Al principio parecíamos optimistas y esperábamos haber aprendido una lección al final de la experiencia. Ahora nos preguntamos si habrá un final o si este es sólo el inicio de una nueva forma de transitar por la vida. Al mismo tiempo, nos damos cuenta de que somos los mismos, pero con cubrebocas. A veces un poco mejores; a veces, no.   

Para muchos afortunados, que no tenemos que viajar en autobús, la computadora se convirtió en vehículo y ventana para mantenernos en contacto con el mundo. El problema es que el vehículo nos incapacitó para movernos y la ventana, en muchas ocasiones, falseó la realidad. Esto es lo que ha causado los peores estragos. A un año del aislamiento nos hemos convertido en actores de una realidad virtual. Todo lo encontramos en la red, incluso ­–si nos lo proponemos–  hasta el amor.  ¿Cómo será el amor a partir de ahora? Quizás algún día hablaremos de “aquellos tiempos” en los que era posible acercarse a otro para susurrarle algo al oído, en los que los enamorados caminaban por la calle con las “manos sudadas” y en los que era posible besarse sin pudor ni higiene.

A mí el encierro me cortó las piernas. ¿A cuántos más les habrá ocurrido lo mismo? No lo noté de inmediato. He seguido la rutina de miles de personas que viven el confinamiento de manera estricta, pero mientras yo me encuentro a salvo, hay alguien que pesa mis verduras y un repartidor trae los alimentos hasta la puerta de mi casa. Posiblemente son de esos vulnerables que abarrotan el autobús. Ellos, por su parte, no saben que vivo en una realidad virtual y que después de tantos meses he perdido la fuerza para salir a la calle y andar sin propósito: las piernas me tiemblan como las de un becerro recién nacido.

De un día para otro, salir a la calle se convirtió en una actividad de riesgo. Todos somos vulnerables, cada uno a nuestro modo, de diferente manera. Ha cambiado la vida, la manera de amar y la manera de andar. Vivimos en duelo por las muertes y aún no alcanzamos a cuantificar las pérdidas. A mí el encierro me cortó las piernas, pero algo tendré que hacer para recuperarlas.

 

Elogio al cubrebocas

Nohemi Damian de Paz | México

 

A Fernanda Villalobos,
querida amiga

 

¡Oh, cubrebocas, cómo te han desvalorado! ¿Acaso fuiste discriminado por tu tamaño? ¿O sólo fue el prejuicio del portador? Sea cual sea la razón has estado con nosotros desde el principio del… ¿fin? Un duelo colectivo surgió cuando supimos del brote de un peligro que no podíamos ver. Una fuerte negación se esparció en cada rincón. ¡No es cierto! ¡No existe! ¡Es un invento del gobierno!, vociferaban los necios.

Creíamos ingenuamente que la contingencia duraría días o semanas, sin embargo, con el paso de los meses y al cumplir el primer aniversario, esas personas te comenzaron a portar con cierto desdén. Aun cuando eres quien completa el traje de los covid-nautas, te consideran un estorbo y un objeto inútil. ¡Cuántas veces te estrujaron entre sus manos! ¡Cuántas veces te tiraron al piso! ¡Cuántas veces has sido abandonado cruelmente en inmundos contenedores de basura! Tú, sólo tú, conoces los maltratos constantes de un dueño que minimiza tu humilde trabajo.

Y aún sigues cumpliendo tu labor. Soportas los distintos modos de usarte porque deseas efectuar responsablemente tu objetivo: proteger. Defiendes a aquel que te emplea una sola vez y el que no tiene opción y te vuelve a reutilizar hasta que no puedes más; resguardas rostros enteros y en ocasiones sólo narices o bocas; escudas sin hacer diferencia de clases sociales o grados académicos porque estás consciente de que la Muerte no excluye a ninguno, a cualquiera le extiende la mano y, aunque algunos la rechazan, otros la sostienen.

¿Cuántas tristezas líquidas tienes que recoger porque las familias se fragmentan? ¿Cuántas batallas pierdes ante tu valiente y desgastante tarea? Percibes las consecuencias de una contingencia que ha hecho agonizar una humanidad que perdió la memoria de su débil existencia. La presencia de aquel mal invisible que subsiste afuera desempolvó los temores innatos de una especie que debe aprender de nuevo cuán frágil es su naturaleza.

No todo está perdido ya que, como bien sabes, así como algunos no aprecian tu disposición, otros te convirtieron en sinónimo de esperanza. Poco a poco aquellos sobrevivientes agradecidos te aceptan como su emblema personal. ¡No sólo los doctores o las enfermeras respetan tu condición!

¡Oh, cubrebocas!, ¿estas palabras podrán ser suficientes para enlistar todo lo que has provocado? Obviamente no, pero segura estoy de que quien lea estos humildes vocablos comprenderá las lecciones aprendidas de las dificultades de tu esfuerzo porque, de ser más que un pedazo de tela, has sido un honorable caballero ante un enemigo silente.

 

Mi mundo

Jaru | México

 

A lo largo de este tiempo en confinamiento, como muchas otras personas, sucumbir ante el estrés, la ansiedad, la depresión e, incluso, la baja autoestima, se volvió un síntoma natural de la pandemia. Volver a la normalidad, reunirte con tus seres queridos, hacer esa carne asada los fines de semana, salir a la calle sin una máscara que te asfixie y esconda, es algo que muchos anhelan todos los días.

El aislamiento que tantos desean que acabe es una escapatoria para mí: una salvación. Dejar de convivir con mis amigos, compañeros y familiares me hizo darme cuenta de la verdad detrás de sus sonrisas en la presencialidad. ¿Amistad?, son sólo patrañas, me buscan apenas necesitan un favor y después ya no existes más en su vida; eso sí era una verdadera máscara.

Ahora bien, muchos aprovecharon su tiempo libre para aprender cosas nuevas y hacer algo productivo: ingresar a cursos, hacer ejercicio o practicar deportes, etcétera. ¿Yo? Bueno, yo tuve tiempo para mí misma, para regocijarme en mis problemas emocionales, empaparme de sentimientos absurdos y egocéntricos, me hacía sentir bien sentirme mal, ¿es extraño? Puede ser, pero me sentía con el derecho de ignorar los problemas reales y evadir las soluciones; no es nada más que cobardía.

Así podía excusar mi vida sedentaria y ociosa, podía simplemente escuchar una canción a la par de mis inventados sentimientos, podía fantasear con las historias que proyectaba la pantalla de mi computadora: podía imaginarme siendo la protagonista de mi propio mundo.

Y hoy… a punto de volver a la normalidad, a punto de salir nuevamente al mundo exterior, al mundo real, sigo sin estar lista, aún tengo miedo; aún quiero seguir observando a través de la ventana la negligencia de las personas, que ignoran toda medida sanitaria al pasar frente a mi casa; aún quiero ver a las personas con una reja imaginaria que les impide llegar a mí, a mi lugar seguro: mi casa, e incluso dentro de ella; mi mundo se reduce a una habitación de cuatro paredes, con todo lo necesario para sobrevivir emocionalmente: un teléfono celular con internet.

Es tan graciosa la dependencia que se ha desarrollado por la tecnología en estos últimos años, la pantalla ya no es más que un escudo para mí, me hace sentir segura, estoy en mi hábitat natural después de todo, sola, sin intrusos en mi espacio personal.

Después de todo, no he aprendido nada; después de todo, aún quiero vivir en mi pequeño mundo virtual, quiero seguir naufragando en mi mundo de pixel.

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  • Querube | Donnovan Santos
  • El autobús, el amor y recuperar las piernas | María Gabriela Camberos Luna
  • Elogio al cubrebocas | Nohemi Damian de Paz
  • Mi mundo | Jaru

 

Fotos y hashtags

Berenice Reyal | México

 

Tras más de un año de encierro se han descubierto emociones varias desde la pantalla, acompañadas todas por un sinnúmero de hashtags a manera de crónica en un ritmo incierto.

Primero, subimos fotos con cubrebocas puestos, como jugando a ser doctores, y cuando el juego se nos acabó, nos dio miedo sabernos por tiempo indefinido en casa #Covid19. Corrimos a tiendas y farmacias, compras de pánico sin víveres, sin papel, y sin esperanza.

Después, mostramos el privilegio de estar #AtHome. Se exhibieron gloriosos los que contaban con jardín, los que podían mirar el cielo desde sus recámaras. Subimos fotos ejercitándonos porque #reto en #pandemia y las escenas cotidianas fueron de glamur ataviadas: los tutoriales en YouTube, fotos del desayuno, comida y de la cena improvisada. #QuédateEnCasa.

Los vecinos aprovecharon para remodelar la fachada #trabajando.

Presumimos las primeras clases en línea, niños con audífonos frente a las pantallas, los cafés de media tarde cuando el #homeoffice aguardaba.

Tratando de encontrarnos en la soledad, intentamos nuevos bailes, nuevos cortes y colores de cabello, nuevos outfits y delineados intensos #changes.

Nos acabamos las series y películas, las viejas y las nuevas #Netflix, todas acabamos de verlas y de criticarlas sintiendo que el tiempo su tiempo se tomaba.

Más tarde, documentamos la excursión al supermercado equipados con cubrebocas, careta y #SusanaDistancia. Sentimos miedo cuando las conferencias nos alertaban, cuando supimos de las filas por oxígeno y que los precios se elevaban. Sentimos horror cuando los casos fueron familiares y amigos, y nuestro corazón se estrujó con la lista de fallecidos. Subimos esquelas y pensamientos tristes #QEPD. Lloramos y tan sólo moños negros en los perfiles quedaban.

Mostramos fotos de calles desiertas, y después de las filas largas, cuando los comercios abrieron. Escuchamos críticas tanto a los que se quedaron como a los que salieron de casa. Nos criticamos todos mientras nuestros ojos lloraban.

Se inventaron nuevas palabras: coviodiotas, covifiestas, al tiempo que se incorporaron al habla cotidiana la contingencia, las caravanas, las reuniones, clases y abrazos a distancia, y cuando se acabaron las sonrisas confinadas, sacamos las fotos viejas #TBT para mostrar la experiencia de un pasado en añoranza.

Después de la novedad, nos acostumbramos a trabajar con las cámaras apagadas, ya no más presumir seguir arreglados estando en casa, ya nada importaba, porque las emociones subían y bajaban #Sadness.

Al paso de los semáforos, las calles se fueron llenando de gente mientras las vacunas poco a poco llegaban. Subimos las fotos y videos mientras nos inyectaban porque #vacunada.

De la pandemia nos quedan aún miedo y esperanza mientras vivimos cada día entre fotos y hashtags, testimonios de un ritmo que hoy se vive y retrata a través de la pantalla.

 

Querube

Donnovan Santos | México

 

Despierto. Me levanto. Abro mi visillo y observo detrás de la ventana. Me siento en mi escritorio y me adentro en la computadora. No tengo hambre. No desayuno. Pasan cinco horas y vuelvo a mirar hacia el ajimez. Volteo y veo mi yacija, decido acostarme de nuevo. Respiro, respiro profundamente. Decido levantarme e ir a mi terrado. Subo unas escaleras blancas y llego al punto más alto de mi casa. Contemplo. Transcurren treinta y cinco minutos. El cielo se apertura y veo a un ángel. Quedo totalmente anonadado. En ese momento, sólo deseo ser como él. Estoy decido. Desde lo más alto decido volar. Doy el salto y siento que vuelo. El aire fresco me pega en la cabeza, tanto que me he desmayado. Y cumplo mi sueño. Hoy soy un ángel que veo desde la patria celestial a aquellas personas que están encerradas en una habitación de cuatro paredes y desean liberarse del abatimiento, para ser un ángel como yo.  

 

El autobús, el amor y recuperar las piernas

María Gabriela Camberos Luna | México

 

De un día para otro salir de casa se convirtió en una actividad de riesgo, pero el virus y la enfermedad no nos acechaban a todos por igual. Parece que no hacen distinciones cuando eligen a sus víctimas, pero es una realidad que se ensañan con las más vulnerables y la vulnerabilidad es diversa. Una persona se dirige a su trabajo en un autobús abarrotado y luego surge una historia, después otra y, al final, el miedo.

La historia avanza por hitos. Este, seguramente, será uno de ellos. Hasta hace unos meses esperábamos regresar a lo que llamábamos “la normalidad” y ahora empezamos a entender que eso ya no existe. Nos costó trabajo. Un duelo colectivo. Al principio parecíamos optimistas y esperábamos haber aprendido una lección al final de la experiencia. Ahora nos preguntamos si habrá un final o si este es sólo el inicio de una nueva forma de transitar por la vida. Al mismo tiempo, nos damos cuenta de que somos los mismos, pero con cubrebocas. A veces un poco mejores; a veces, no.   

Para muchos afortunados, que no tenemos que viajar en autobús, la computadora se convirtió en vehículo y ventana para mantenernos en contacto con el mundo. El problema es que el vehículo nos incapacitó para movernos y la ventana, en muchas ocasiones, falseó la realidad. Esto es lo que ha causado los peores estragos. A un año del aislamiento nos hemos convertido en actores de una realidad virtual. Todo lo encontramos en la red, incluso ­–si nos lo proponemos–  hasta el amor.  ¿Cómo será el amor a partir de ahora? Quizás algún día hablaremos de “aquellos tiempos” en los que era posible acercarse a otro para susurrarle algo al oído, en los que los enamorados caminaban por la calle con las “manos sudadas” y en los que era posible besarse sin pudor ni higiene.

A mí el encierro me cortó las piernas. ¿A cuántos más les habrá ocurrido lo mismo? No lo noté de inmediato. He seguido la rutina de miles de personas que viven el confinamiento de manera estricta, pero mientras yo me encuentro a salvo, hay alguien que pesa mis verduras y un repartidor trae los alimentos hasta la puerta de mi casa. Posiblemente son de esos vulnerables que abarrotan el autobús. Ellos, por su parte, no saben que vivo en una realidad virtual y que después de tantos meses he perdido la fuerza para salir a la calle y andar sin propósito: las piernas me tiemblan como las de un becerro recién nacido.

De un día para otro, salir a la calle se convirtió en una actividad de riesgo. Todos somos vulnerables, cada uno a nuestro modo, de diferente manera. Ha cambiado la vida, la manera de amar y la manera de andar. Vivimos en duelo por las muertes y aún no alcanzamos a cuantificar las pérdidas. A mí el encierro me cortó las piernas, pero algo tendré que hacer para recuperarlas.

 

Elogio al cubrebocas

Nohemi Damian de Paz | México

 

A Fernanda Villalobos,
querida amiga

 

¡Oh, cubrebocas, cómo te han desvalorado! ¿Acaso fuiste discriminado por tu tamaño? ¿O sólo fue el prejuicio del portador? Sea cual sea la razón has estado con nosotros desde el principio del… ¿fin? Un duelo colectivo surgió cuando supimos del brote de un peligro que no podíamos ver. Una fuerte negación se esparció en cada rincón. ¡No es cierto! ¡No existe! ¡Es un invento del gobierno!, vociferaban los necios.

Creíamos ingenuamente que la contingencia duraría días o semanas, sin embargo, con el paso de los meses y al cumplir el primer aniversario, esas personas te comenzaron a portar con cierto desdén. Aun cuando eres quien completa el traje de los covid-nautas, te consideran un estorbo y un objeto inútil. ¡Cuántas veces te estrujaron entre sus manos! ¡Cuántas veces te tiraron al piso! ¡Cuántas veces has sido abandonado cruelmente en inmundos contenedores de basura! Tú, sólo tú, conoces los maltratos constantes de un dueño que minimiza tu humilde trabajo.

Y aún sigues cumpliendo tu labor. Soportas los distintos modos de usarte porque deseas efectuar responsablemente tu objetivo: proteger. Defiendes a aquel que te emplea una sola vez y el que no tiene opción y te vuelve a reutilizar hasta que no puedes más; resguardas rostros enteros y en ocasiones sólo narices o bocas; escudas sin hacer diferencia de clases sociales o grados académicos porque estás consciente de que la Muerte no excluye a ninguno, a cualquiera le extiende la mano y, aunque algunos la rechazan, otros la sostienen.

¿Cuántas tristezas líquidas tienes que recoger porque las familias se fragmentan? ¿Cuántas batallas pierdes ante tu valiente y desgastante tarea? Percibes las consecuencias de una contingencia que ha hecho agonizar una humanidad que perdió la memoria de su débil existencia. La presencia de aquel mal invisible que subsiste afuera desempolvó los temores innatos de una especie que debe aprender de nuevo cuán frágil es su naturaleza.

No todo está perdido ya que, como bien sabes, así como algunos no aprecian tu disposición, otros te convirtieron en sinónimo de esperanza. Poco a poco aquellos sobrevivientes agradecidos te aceptan como su emblema personal. ¡No sólo los doctores o las enfermeras respetan tu condición!

¡Oh, cubrebocas!, ¿estas palabras podrán ser suficientes para enlistar todo lo que has provocado? Obviamente no, pero segura estoy de que quien lea estos humildes vocablos comprenderá las lecciones aprendidas de las dificultades de tu esfuerzo porque, de ser más que un pedazo de tela, has sido un honorable caballero ante un enemigo silente.

 

Mi mundo

Jaru | México

 

A lo largo de este tiempo en confinamiento, como muchas otras personas, sucumbir ante el estrés, la ansiedad, la depresión e, incluso, la baja autoestima, se volvió un síntoma natural de la pandemia. Volver a la normalidad, reunirte con tus seres queridos, hacer esa carne asada los fines de semana, salir a la calle sin una máscara que te asfixie y esconda, es algo que muchos anhelan todos los días.

El aislamiento que tantos desean que acabe es una escapatoria para mí: una salvación. Dejar de convivir con mis amigos, compañeros y familiares me hizo darme cuenta de la verdad detrás de sus sonrisas en la presencialidad. ¿Amistad?, son sólo patrañas, me buscan apenas necesitan un favor y después ya no existes más en su vida; eso sí era una verdadera máscara.

Ahora bien, muchos aprovecharon su tiempo libre para aprender cosas nuevas y hacer algo productivo: ingresar a cursos, hacer ejercicio o practicar deportes, etcétera. ¿Yo? Bueno, yo tuve tiempo para mí misma, para regocijarme en mis problemas emocionales, empaparme de sentimientos absurdos y egocéntricos, me hacía sentir bien sentirme mal, ¿es extraño? Puede ser, pero me sentía con el derecho de ignorar los problemas reales y evadir las soluciones; no es nada más que cobardía.

Así podía excusar mi vida sedentaria y ociosa, podía simplemente escuchar una canción a la par de mis inventados sentimientos, podía fantasear con las historias que proyectaba la pantalla de mi computadora: podía imaginarme siendo la protagonista de mi propio mundo.

Y hoy… a punto de volver a la normalidad, a punto de salir nuevamente al mundo exterior, al mundo real, sigo sin estar lista, aún tengo miedo; aún quiero seguir observando a través de la ventana la negligencia de las personas, que ignoran toda medida sanitaria al pasar frente a mi casa; aún quiero ver a las personas con una reja imaginaria que les impide llegar a mí, a mi lugar seguro: mi casa, e incluso dentro de ella; mi mundo se reduce a una habitación de cuatro paredes, con todo lo necesario para sobrevivir emocionalmente: un teléfono celular con internet.

Es tan graciosa la dependencia que se ha desarrollado por la tecnología en estos últimos años, la pantalla ya no es más que un escudo para mí, me hace sentir segura, estoy en mi hábitat natural después de todo, sola, sin intrusos en mi espacio personal.

Después de todo, no he aprendido nada; después de todo, aún quiero vivir en mi pequeño mundo virtual, quiero seguir naufragando en mi mundo de pixel.