#LeccionesDelAislamientoUDG | Ronda 12

#LeccionesDelAislamientoUDG | Ronda 12

7 Julio 2021
                Array
(
    [post_id] => 124
    [name] => #LeccionesDelAislamientoUDG | Ronda 12
    [short_description] => Duodécima ronda de textos preseleccionados
    [post_content] => 
  • El aislamiento 2021 | Adolfo González Ramírez
  • Las voces de la noche | El Fer
  • Amo los lunes | Lorena Ortiz
  • Hola, soledad | Oriana Rivero
  • ¿Cómo ha cambiado tu vida con la pandemia? | Salvador Ricardo Virgen Aguilar

 

El aislamiento 2021

Adolfo González Ramírez | México

 

El aislamiento es una decisión mental y física. Nace de una rabia y disconformidad con nuestra realidad, de un rechazo hacia lo exterior y las condiciones que el mundo nos ofrece. Es una acción totalmente válida, es como parar en pits en una carrera de Fórmula 1, pedir un tiempo fuera en una pelea, o simplemente salir de tu oficina cinco minutos para fumarte un cigarrito.

La pandemia nos obligó a aislarnos, o eso dice la voz popular de Twitter y Facebook. A los que disfrutábamos ya de cierto aislamiento mental y espiritual este hecho nos dio un pretexto perfecto para justificar nuestra actitud ante ciertos aspectos puntuales de la vida. Como el apreciar y valorar los tumultos masivos en conciertos y plazas comerciales no más de media hora, porque después de ese tiempo queremos estar en casa. Como estresarse dos horas antes de una entrevista de trabajo y al final resultar que la entrevista no duró más de cinco minutos. O quienes tenemos problemas para no enamorarnos de nuestro crush y su presencia nos causa más impresión que gozo.

La pandemia se alargó y nuestra percepción egoísta del aislamiento se modificó. Nos dimos cuenta de que gente cercana sufría o sufre de verdad por esta situación, ya sea por la enfermedad o por la falta de trabajo, y tiene verdaderos problemas de depresión. En mi caso adquirí un poco más de conciencia social. No es que no la tuviera, es que ahora, desde la distancia, empaticé un poco más con el sufrimiento colectivo.

La pandemia parece que se acaba y el mundo se ve igual pero distinto. Seguimos con la intención de sobrevivir, pero ahora nuestras conversaciones variaron y se unificaron al mismo tiempo. No conversamos de los mismos temas de antes de la pandemia, hablamos de cosas que eran inimaginables hace dieciséis meses, de un apocalipsis no realista pero sí posible. Sin embargo, todas las personas hemos tocado los mismos temas, no sólo en México sino en todos los países. De alguna manera viajamos por el mundo de nuevo, para los que hemos tenido oportunidad de hacerlo ya. Esos barrios de Barcelona que tanto añoro, donde los temas de conversación en la calle son tan distintos a los de mi colonia de Guadalajara, ahora abordaron las mismas cuestiones, tanto la señora que vende bocadillos en una esquina del barrio de Gracia, como la que vende lonches en una esquina de Santa Tere.

Nos aislamos al principio, y después, nos ampliamos, lo hayamos querido o no.

 

Las voces de la noche

El Fer | México

 

Me gusta estar solo, pero a veces estar aislado puede ser una experiencia que te va carcomiendo, un pequeño monstruo que está presente en todo momento y te provoca sensaciones ajenas, como ver de reojo esas sombras escurridizas que nunca están ahí cuando volteas y fijas la mirada, tal vez escuchar pequeñas voces, en la soledad de tu cuarto, voces que oyes a mitad de la noche, cuando no puedes dormir y te esfuerzas una y otra vez, dando vueltas en la cama. Es precisamente en ese momento cuando desconfías de todo aquello de lo que te hacía sentir seguro, tu casa, tu propia habitación. Ese lugar que has escogido para formar una familia, ese lugar donde has visto nacer y crecer a tus hijos, y te vienen los recuerdos de esos bebés adorables, niños, adolescentes, jóvenes y señoritas que ahora cuentan con un título universitario y están con un pie afuera del nido y de alguna forma tienes sentimientos antípodas; orgulloso y herido porque pronto partirán. Esos pensamientos son senderos que se cruzan una y otra vez, en medio de una pandemia que no parece tener fin, una pandemia que ha devorado a miles de personas y engullido a otros miles de corazones que sienten el abandono de aquella persona que se fue y que nunca regresará. Tienes miedo, un miedo helado que se apodera de ti y no estás seguro de nada; ves caer a los otros y piensas que el siguiente puedes ser tú. Y culpas al gobierno y su política de salud, y culpas a los demás que no se cuidan, a aquellos que no traen cubrebocas, a quienes no guardan la sana distancia, a los de las fiestas vecinales y hasta al tendero que te da cambio con monedas y billetes que pudieron ser tocados por otras personas. Lees los mensajes de texto acerca los amigos que fallecieron… Te levantas y aseas y finges que no pasa nada y enciendes tu computadora para dar una clase en línea, y das la cara como una máscara para no alarmar a los estudiantes, a veces uno, a veces quince, a veces ninguno. Piensas en el retiro, en dedicarte a otra cosa, en emigrar, pero… ¿a dónde? Quizá el lugar no importa porque no sabes si existe un lugar seguro y recuerdas frases de tu infancia: Todo llega en su momento. Pero ¿qué va a llegar? ¿La cura? ¿La muerte? Tienes miedo de salir a la calle, pero también de permanecer en casa, ese es el único constante en este periodo inestable, el miedo, el temor que se ha vuelto la relación más fiel que has tenido en tu vida.  Quizá este año debió ser de reflexión, de expiación, de fe y esperanza, pero nunca fue así. En medio de tanto lo único que te queda es escuchar las voces que te acompañan, aunque estás solo en casa. 

 

Amo los lunes

Lorena Ortiz | México

 

—Estoy hecha un cerdo — me dice Marina desde el otro lado de la pantalla.

—¿Por eso no prendes la cámara?

—Obvio.

—Ay, pero si somos compis, no tenemos secretos —le digo muriéndome de la curiosidad.

—No me importa, pinchi pandemia se ha ensañado con mi cuerpo —contesta tajante.

—Ya sé, a todos nos ha pegado de una u otra forma.

—Sí, ya me dijo Daniel que te estás volviendo una alcohólica, que tan sólo la semana pasada te llevaron tres botellas de la vinatería.

—¿Ese infeliz me lleva la cuenta?

Tenía razón, desde hace algunos meses comencé a beber de forma desmesurada. Daniel es mi vecino, primo de Marina y por lo que veo no tiene nada más interesante que hacer que fiscalizarnos a todos en el edificio. No lo culpo, al inicio de la cuarentena también tuve mi etapa voyerista. Vivo con Leo en el quinto piso de un edificio de departamentos estilo colonial. Somos pareja desde hace cinco años. La mayor parte del tiempo la paso sola haciendo home office, la universidad de cine donde imparto algunos talleres canceló sus clases presenciales y ahora todo es online. Al principio me costaba un poco concentrarme, tanto silencio me abrumaba, entonces me sentaba junto a la ventana para ver y escuchar el tráfico de una de las avenidas más transitadas de la ciudad. Los primeros días era sólo yo en la comodidad de mi sillón rojo, después lo hice acompañada de un whisky, luego de una botella y ahora sólo con una taza de café logré controlarme, solamente bebo dos tragos el fin de semana. Contemplar más que observar se volvió un hábito. Comencé a pasar más tiempo detrás de la ventana que detrás de la pantalla, menos series y redes sociales, y más paisaje real y citadino. Me relajaba ver a la gente caminar por la calle, algunos paseando a sus mascotas, otros sólo transitando de prisa todos con sus cubrebocas como una película futurista, pero lo más interesante de mi etapa de espionaje fue mirar al edificio de enfrente. Todos los lunes en punto de las doce del día un hombre de la tercera edad salía a su balcón a fumar un puro, se sentaba en un equipal, cerraba los ojos y disfrutaba del sol, del viento e incluso de la lluvia. Siempre llevaba puesta una guayabera y era entonces cuando recordaba ese viaje a Cuba: Leo y yo caminando por el malecón de La Habana, visitando los salones de baile, bebiendo mojitos en El Floridita, felices, libres. No tengo idea de cuándo volveremos a subirnos a un avión y si viajaremos a otros países o continentes, ahora sólo transito por mis recuerdos fragmentados y también es divertido y reconfortante. No he vuelto a ver al hombre del puro, han pasado dos semanas pero sigo esperándolo en punto de las doce. Me reconcilié con los lunes, ahora los amo.

 

Hola, soledad

Oriana Rivero | Venezuela

 

Otra vez, como cada mañana, sin ganas te saludo, mi odiada pero leal compañera; apareciste por primera vez cuando era una niña tímida y ahora que soy una mujer ya mayor, con una familia formada pero lejana y con un cuerpo lleno de achaques, parece que no quieres irte.

La verdad eres muy cruel, llegas cuando menos me lo espero y no te vas hasta que duermo, me haces sentir miserable y culpable de cada una de mis decisiones, acciones y pensamientos, no tienes remordimiento a la hora de hacerme llorar y nunca te cansas de entristecerme. Antes, cuando venían visitas, mis hijos, nietos, hermanos y primos, no me sentía así... tan seguido, podría decirse que hasta me sentía querida e integrada. Pero ahora, dentro de estas cuatro paredes, me siento nada, como aire que sopla sin ganas, como un mueble más que sólo estorba.

Perdí la cuenta de los días que han pasado, apenas sé qué hora es, no recuerdo cuándo fue la última videollamada que tuve, ni el último mensaje recibido. Sólo sé que en ciertos días especiales mi teléfono suena, me hablan mis parientes dándome felicitaciones y cariños a distancia, me preguntan por mi salud y otras cosas triviales y luego, al cortar la comunicación, te acercas a mí poco a poco, como una silenciosa serpiente que se arrastra y sube fría por mi espalda hasta llegar a mi pecho, para aprisionar ahí, dejándome ahogada en ese sentimiento, rompiéndome, exprimiendo de mi ser el vigor y la alegría que me quedan.

Al principio intenté tolerarte, aceptarte y tratarte, te di una amarga bienvenida y te dejé entrar creyendo que serías una visita pasajera. Pero ahora es distinto, ya he intentado por todos los medios alejarte de mí pero ahí sigues, he tratado de ser comprensiva pero no puedo, has agotado mi paciencia, por eso ahora te odio con cada fibra de mi ser; sé que odiar es tan útil como beber veneno y esperar que tu enemigo muera por este, pero puedo decir con sinceridad que a ti te detesto con toda mi alma.

En tan sólo un año has logrado que me sienta enferma, encerrada, agobiada y atascada dentro de un hogar que con amor formé durante más de treinta años. Has logrado hacer incómoda la cama en la que antes dormía junto al amor, has hecho insoportable mi privacidad, has dañado mi comunicación... y alejado mi compañía.

Cada día despierto pensando en cómo deshacerme de ti, y cada noche, sin darme cuenta, termino durmiendo a tu lado otra vez.

Aún no pierdo la esperanza, sé que un día me levantaré y no estarás ahí, sé que saldré de este encierro y estaré segura en las calles, sé que en algún momento volveré a tener a mi familia junta de nuevo... sé que un día dejarás de atormentarme.

Pero por ahora, te enfrentaré con valor. Sólo queda esperar que este aislamiento termine y vuelva a ser seguro compartir con mis seres queridos una vez más.

 

¿Cómo ha cambiado tu vida con la pandemia?

Salvador Ricardo Virgen Aguilar | México

 

¿Qué cómo ha cambiado mi vida con la pandemia? Me parece que encontrarás aburrida mi respuesta, y te propongo una pregunta diferente: ¿cómo va a cambiar mi vida tras la pandemia? Te cuento: soy traductor y trabajo en casa, de manera que no tengo la necesidad de salir cada día a una oficina. Desde hace años tengo un lugar acondicionado con todo lo que necesito para mi labor, y de todos modos no salía mucho. La pandemia no introdujo cambios notables en mis rutinas.

Intentaré contestar la otra pregunta.

Antes, nuestra afinidad con otros resultaba afectada por factores como la orientación política, religiosa o sexual; en el futuro contará además la actitud frente a la enfermedad. El que una persona de nuestro círculo haya simpatizado con determinado equipo de fútbol o partido político que nos resulte indiferente u odioso nunca puso vidas en riesgo. Haberse rehusado a cumplir con la higiene y el distanciamiento, publicitar curas milagrosas o propagar teorías de conspiraciones, sí. Encuentro que arriesgar la vida propia y ajena por ignorar las medidas de seguridad es inexcusable, y que alguien que contagia a los demás a sabiendas del riesgo es un criminal. Por esas actitudes muchas relaciones se fracturaron irremediablemente. Los que se protegieron a sí mismos y a otros tienen mi simpatía.

De esta pandemia no saldré con más comprensión de la conducta humana, sino con menos. No entiendo cómo hay gente que dice que es insoportable vivir encerrados, y que se ahogan si no salen y se divierten. Puedo entenderlo en el caso de familias grandes hacinadas en espacios pequeños, o que desde siempre tuvieron urticaria doméstica. Pero quienes me lo han dicho tienen viviendas más espaciosas y cómodas que la mía. Se molestan cuando les recuerdo que el Sitio de Leningrado duró más que nuestro encierro: novecientos días. Me temo que mi relación con esas personas no será la misma: desinflaron la confianza que tenía en su sentido de la proporción y la solidaridad.

Dicen por ahí: “Si no sales de la pandemia hablando otro idioma o con nuevas habilidades, te falta disciplina”. Aun si ignoramos la obviedad de que muchas personas han perdido su trabajo o a amigos o familiares y luchan por tener alimento en la mesa o sobrellevar el duelo, enunciar la idea es insultante: no todo el mundo tiende a embarcarse en el aprendizaje tan pronto como tiene tiempo libre. Habrá quien lo haya dedicado a redecorar su espacio, ordenar su clóset o leer cómics, actividades todas respetables. Encima, muchos tienen menos tiempo libre. Ese tipo de frases desdeña la variedad de la experiencia y la perspectiva humanas, que se manifiesta incluso ahora.

Pronostico que cuando esto acabe volveremos a salir, nos veremos con amigos nuevos y viejos para compartir el pan y la sal y la cerveza y el café, y nos abrazaremos, y lentamente reaprenderemos los modales y las costumbres que implica la conducta en público que ya hemos olvidado.

[store_ids] => 1 [image] => r/o/ronda12.jpg [enabled] => 1 [url_key] => lecciones-del-aislamiento-udg-ronda-12 [in_rss] => 0 [allow_comment] => 0 [meta_title] => #LeccionesDelAislamientoUDG | Ronda 12 [meta_keywords] => Convocatoria, creación literaria, concurso, FIL, covid-19, pandemia, aislamiento, confinamiento [meta_description] => Duodécima ronda de textos preseleccionados [meta_robots] => INDEX,FOLLOW [created_at] => 2021-07-07 12:40:51 [updated_at] => 2021-07-07 12:40:51 [author_id] => 1 [modifier_id] => 9 [publish_date] => 2021-07-07 12:36:25 [layout] => 1column ) 1
  • El aislamiento 2021 | Adolfo González Ramírez
  • Las voces de la noche | El Fer
  • Amo los lunes | Lorena Ortiz
  • Hola, soledad | Oriana Rivero
  • ¿Cómo ha cambiado tu vida con la pandemia? | Salvador Ricardo Virgen Aguilar

 

El aislamiento 2021

Adolfo González Ramírez | México

 

El aislamiento es una decisión mental y física. Nace de una rabia y disconformidad con nuestra realidad, de un rechazo hacia lo exterior y las condiciones que el mundo nos ofrece. Es una acción totalmente válida, es como parar en pits en una carrera de Fórmula 1, pedir un tiempo fuera en una pelea, o simplemente salir de tu oficina cinco minutos para fumarte un cigarrito.

La pandemia nos obligó a aislarnos, o eso dice la voz popular de Twitter y Facebook. A los que disfrutábamos ya de cierto aislamiento mental y espiritual este hecho nos dio un pretexto perfecto para justificar nuestra actitud ante ciertos aspectos puntuales de la vida. Como el apreciar y valorar los tumultos masivos en conciertos y plazas comerciales no más de media hora, porque después de ese tiempo queremos estar en casa. Como estresarse dos horas antes de una entrevista de trabajo y al final resultar que la entrevista no duró más de cinco minutos. O quienes tenemos problemas para no enamorarnos de nuestro crush y su presencia nos causa más impresión que gozo.

La pandemia se alargó y nuestra percepción egoísta del aislamiento se modificó. Nos dimos cuenta de que gente cercana sufría o sufre de verdad por esta situación, ya sea por la enfermedad o por la falta de trabajo, y tiene verdaderos problemas de depresión. En mi caso adquirí un poco más de conciencia social. No es que no la tuviera, es que ahora, desde la distancia, empaticé un poco más con el sufrimiento colectivo.

La pandemia parece que se acaba y el mundo se ve igual pero distinto. Seguimos con la intención de sobrevivir, pero ahora nuestras conversaciones variaron y se unificaron al mismo tiempo. No conversamos de los mismos temas de antes de la pandemia, hablamos de cosas que eran inimaginables hace dieciséis meses, de un apocalipsis no realista pero sí posible. Sin embargo, todas las personas hemos tocado los mismos temas, no sólo en México sino en todos los países. De alguna manera viajamos por el mundo de nuevo, para los que hemos tenido oportunidad de hacerlo ya. Esos barrios de Barcelona que tanto añoro, donde los temas de conversación en la calle son tan distintos a los de mi colonia de Guadalajara, ahora abordaron las mismas cuestiones, tanto la señora que vende bocadillos en una esquina del barrio de Gracia, como la que vende lonches en una esquina de Santa Tere.

Nos aislamos al principio, y después, nos ampliamos, lo hayamos querido o no.

 

Las voces de la noche

El Fer | México

 

Me gusta estar solo, pero a veces estar aislado puede ser una experiencia que te va carcomiendo, un pequeño monstruo que está presente en todo momento y te provoca sensaciones ajenas, como ver de reojo esas sombras escurridizas que nunca están ahí cuando volteas y fijas la mirada, tal vez escuchar pequeñas voces, en la soledad de tu cuarto, voces que oyes a mitad de la noche, cuando no puedes dormir y te esfuerzas una y otra vez, dando vueltas en la cama. Es precisamente en ese momento cuando desconfías de todo aquello de lo que te hacía sentir seguro, tu casa, tu propia habitación. Ese lugar que has escogido para formar una familia, ese lugar donde has visto nacer y crecer a tus hijos, y te vienen los recuerdos de esos bebés adorables, niños, adolescentes, jóvenes y señoritas que ahora cuentan con un título universitario y están con un pie afuera del nido y de alguna forma tienes sentimientos antípodas; orgulloso y herido porque pronto partirán. Esos pensamientos son senderos que se cruzan una y otra vez, en medio de una pandemia que no parece tener fin, una pandemia que ha devorado a miles de personas y engullido a otros miles de corazones que sienten el abandono de aquella persona que se fue y que nunca regresará. Tienes miedo, un miedo helado que se apodera de ti y no estás seguro de nada; ves caer a los otros y piensas que el siguiente puedes ser tú. Y culpas al gobierno y su política de salud, y culpas a los demás que no se cuidan, a aquellos que no traen cubrebocas, a quienes no guardan la sana distancia, a los de las fiestas vecinales y hasta al tendero que te da cambio con monedas y billetes que pudieron ser tocados por otras personas. Lees los mensajes de texto acerca los amigos que fallecieron… Te levantas y aseas y finges que no pasa nada y enciendes tu computadora para dar una clase en línea, y das la cara como una máscara para no alarmar a los estudiantes, a veces uno, a veces quince, a veces ninguno. Piensas en el retiro, en dedicarte a otra cosa, en emigrar, pero… ¿a dónde? Quizá el lugar no importa porque no sabes si existe un lugar seguro y recuerdas frases de tu infancia: Todo llega en su momento. Pero ¿qué va a llegar? ¿La cura? ¿La muerte? Tienes miedo de salir a la calle, pero también de permanecer en casa, ese es el único constante en este periodo inestable, el miedo, el temor que se ha vuelto la relación más fiel que has tenido en tu vida.  Quizá este año debió ser de reflexión, de expiación, de fe y esperanza, pero nunca fue así. En medio de tanto lo único que te queda es escuchar las voces que te acompañan, aunque estás solo en casa. 

 

Amo los lunes

Lorena Ortiz | México

 

—Estoy hecha un cerdo — me dice Marina desde el otro lado de la pantalla.

—¿Por eso no prendes la cámara?

—Obvio.

—Ay, pero si somos compis, no tenemos secretos —le digo muriéndome de la curiosidad.

—No me importa, pinchi pandemia se ha ensañado con mi cuerpo —contesta tajante.

—Ya sé, a todos nos ha pegado de una u otra forma.

—Sí, ya me dijo Daniel que te estás volviendo una alcohólica, que tan sólo la semana pasada te llevaron tres botellas de la vinatería.

—¿Ese infeliz me lleva la cuenta?

Tenía razón, desde hace algunos meses comencé a beber de forma desmesurada. Daniel es mi vecino, primo de Marina y por lo que veo no tiene nada más interesante que hacer que fiscalizarnos a todos en el edificio. No lo culpo, al inicio de la cuarentena también tuve mi etapa voyerista. Vivo con Leo en el quinto piso de un edificio de departamentos estilo colonial. Somos pareja desde hace cinco años. La mayor parte del tiempo la paso sola haciendo home office, la universidad de cine donde imparto algunos talleres canceló sus clases presenciales y ahora todo es online. Al principio me costaba un poco concentrarme, tanto silencio me abrumaba, entonces me sentaba junto a la ventana para ver y escuchar el tráfico de una de las avenidas más transitadas de la ciudad. Los primeros días era sólo yo en la comodidad de mi sillón rojo, después lo hice acompañada de un whisky, luego de una botella y ahora sólo con una taza de café logré controlarme, solamente bebo dos tragos el fin de semana. Contemplar más que observar se volvió un hábito. Comencé a pasar más tiempo detrás de la ventana que detrás de la pantalla, menos series y redes sociales, y más paisaje real y citadino. Me relajaba ver a la gente caminar por la calle, algunos paseando a sus mascotas, otros sólo transitando de prisa todos con sus cubrebocas como una película futurista, pero lo más interesante de mi etapa de espionaje fue mirar al edificio de enfrente. Todos los lunes en punto de las doce del día un hombre de la tercera edad salía a su balcón a fumar un puro, se sentaba en un equipal, cerraba los ojos y disfrutaba del sol, del viento e incluso de la lluvia. Siempre llevaba puesta una guayabera y era entonces cuando recordaba ese viaje a Cuba: Leo y yo caminando por el malecón de La Habana, visitando los salones de baile, bebiendo mojitos en El Floridita, felices, libres. No tengo idea de cuándo volveremos a subirnos a un avión y si viajaremos a otros países o continentes, ahora sólo transito por mis recuerdos fragmentados y también es divertido y reconfortante. No he vuelto a ver al hombre del puro, han pasado dos semanas pero sigo esperándolo en punto de las doce. Me reconcilié con los lunes, ahora los amo.

 

Hola, soledad

Oriana Rivero | Venezuela

 

Otra vez, como cada mañana, sin ganas te saludo, mi odiada pero leal compañera; apareciste por primera vez cuando era una niña tímida y ahora que soy una mujer ya mayor, con una familia formada pero lejana y con un cuerpo lleno de achaques, parece que no quieres irte.

La verdad eres muy cruel, llegas cuando menos me lo espero y no te vas hasta que duermo, me haces sentir miserable y culpable de cada una de mis decisiones, acciones y pensamientos, no tienes remordimiento a la hora de hacerme llorar y nunca te cansas de entristecerme. Antes, cuando venían visitas, mis hijos, nietos, hermanos y primos, no me sentía así... tan seguido, podría decirse que hasta me sentía querida e integrada. Pero ahora, dentro de estas cuatro paredes, me siento nada, como aire que sopla sin ganas, como un mueble más que sólo estorba.

Perdí la cuenta de los días que han pasado, apenas sé qué hora es, no recuerdo cuándo fue la última videollamada que tuve, ni el último mensaje recibido. Sólo sé que en ciertos días especiales mi teléfono suena, me hablan mis parientes dándome felicitaciones y cariños a distancia, me preguntan por mi salud y otras cosas triviales y luego, al cortar la comunicación, te acercas a mí poco a poco, como una silenciosa serpiente que se arrastra y sube fría por mi espalda hasta llegar a mi pecho, para aprisionar ahí, dejándome ahogada en ese sentimiento, rompiéndome, exprimiendo de mi ser el vigor y la alegría que me quedan.

Al principio intenté tolerarte, aceptarte y tratarte, te di una amarga bienvenida y te dejé entrar creyendo que serías una visita pasajera. Pero ahora es distinto, ya he intentado por todos los medios alejarte de mí pero ahí sigues, he tratado de ser comprensiva pero no puedo, has agotado mi paciencia, por eso ahora te odio con cada fibra de mi ser; sé que odiar es tan útil como beber veneno y esperar que tu enemigo muera por este, pero puedo decir con sinceridad que a ti te detesto con toda mi alma.

En tan sólo un año has logrado que me sienta enferma, encerrada, agobiada y atascada dentro de un hogar que con amor formé durante más de treinta años. Has logrado hacer incómoda la cama en la que antes dormía junto al amor, has hecho insoportable mi privacidad, has dañado mi comunicación... y alejado mi compañía.

Cada día despierto pensando en cómo deshacerme de ti, y cada noche, sin darme cuenta, termino durmiendo a tu lado otra vez.

Aún no pierdo la esperanza, sé que un día me levantaré y no estarás ahí, sé que saldré de este encierro y estaré segura en las calles, sé que en algún momento volveré a tener a mi familia junta de nuevo... sé que un día dejarás de atormentarme.

Pero por ahora, te enfrentaré con valor. Sólo queda esperar que este aislamiento termine y vuelva a ser seguro compartir con mis seres queridos una vez más.

 

¿Cómo ha cambiado tu vida con la pandemia?

Salvador Ricardo Virgen Aguilar | México

 

¿Qué cómo ha cambiado mi vida con la pandemia? Me parece que encontrarás aburrida mi respuesta, y te propongo una pregunta diferente: ¿cómo va a cambiar mi vida tras la pandemia? Te cuento: soy traductor y trabajo en casa, de manera que no tengo la necesidad de salir cada día a una oficina. Desde hace años tengo un lugar acondicionado con todo lo que necesito para mi labor, y de todos modos no salía mucho. La pandemia no introdujo cambios notables en mis rutinas.

Intentaré contestar la otra pregunta.

Antes, nuestra afinidad con otros resultaba afectada por factores como la orientación política, religiosa o sexual; en el futuro contará además la actitud frente a la enfermedad. El que una persona de nuestro círculo haya simpatizado con determinado equipo de fútbol o partido político que nos resulte indiferente u odioso nunca puso vidas en riesgo. Haberse rehusado a cumplir con la higiene y el distanciamiento, publicitar curas milagrosas o propagar teorías de conspiraciones, sí. Encuentro que arriesgar la vida propia y ajena por ignorar las medidas de seguridad es inexcusable, y que alguien que contagia a los demás a sabiendas del riesgo es un criminal. Por esas actitudes muchas relaciones se fracturaron irremediablemente. Los que se protegieron a sí mismos y a otros tienen mi simpatía.

De esta pandemia no saldré con más comprensión de la conducta humana, sino con menos. No entiendo cómo hay gente que dice que es insoportable vivir encerrados, y que se ahogan si no salen y se divierten. Puedo entenderlo en el caso de familias grandes hacinadas en espacios pequeños, o que desde siempre tuvieron urticaria doméstica. Pero quienes me lo han dicho tienen viviendas más espaciosas y cómodas que la mía. Se molestan cuando les recuerdo que el Sitio de Leningrado duró más que nuestro encierro: novecientos días. Me temo que mi relación con esas personas no será la misma: desinflaron la confianza que tenía en su sentido de la proporción y la solidaridad.

Dicen por ahí: “Si no sales de la pandemia hablando otro idioma o con nuevas habilidades, te falta disciplina”. Aun si ignoramos la obviedad de que muchas personas han perdido su trabajo o a amigos o familiares y luchan por tener alimento en la mesa o sobrellevar el duelo, enunciar la idea es insultante: no todo el mundo tiende a embarcarse en el aprendizaje tan pronto como tiene tiempo libre. Habrá quien lo haya dedicado a redecorar su espacio, ordenar su clóset o leer cómics, actividades todas respetables. Encima, muchos tienen menos tiempo libre. Ese tipo de frases desdeña la variedad de la experiencia y la perspectiva humanas, que se manifiesta incluso ahora.

Pronostico que cuando esto acabe volveremos a salir, nos veremos con amigos nuevos y viejos para compartir el pan y la sal y la cerveza y el café, y nos abrazaremos, y lentamente reaprenderemos los modales y las costumbres que implica la conducta en público que ya hemos olvidado.