#LeccionesDelAislamientoUDG | Ronda 1

#LeccionesDelAislamientoUDG | Ronda 1

10 Junio 2021
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  • Cuando llega la muerte | Paulina Alejandra García González
  • El espejo | Mario Urquiza Montemayor
  • Encierro con motivos kafkianos | Lucio Arreola Barroso
  • Extinción | César Abraham Navarrete Vázquez
  • 431 días de encierro | Maggylue

 

Cuando llega la muerte

Paulina Alejandra García González | México

 

En memoria de Jesús Fregoso y Jacobo Moreno,
grandes maestros de la fotografía y la música

 

Cuando llega la muerte se detiene el cantar de los pájaros y la luz no alumbra más.

Cuando llega la muerte el cielo parece triste, se nubla; llora con nosotros.

Cuando llega la muerte, nos vulnera, nos transforma, nos hace recordar lo que somos y entonces… queremos morir también.

Cuando llega la muerte, recordamos, sentimos, volvemos a vivir momentos bellos, que ahora parecen tristes porque no volverán a ocurrir.

La muerte golpea, juega con la vida, ríe.

Muestra cuán poderosa es cuando creímos que todo iba bien; pero la vida también lo hace, existe siempre esa dualidad: el bien y el mal, el blanco y negro, el ying y el yang.

Existe la muerte porque existe la vida y no podrían ser la una sin la otra.

¿Por qué morimos?, ¿quién sabe? Qué tan sano sería vivir una vida eterna, nos sentiríamos solos, conoceríamos todo, nada nos asombraría.

¿Qué hay más allá? No podemos saberlo hasta entonces... sólo queda esperar. Pero creo firmemente que Dios existe, existe y observa; siente con nosotros. Él debe tener sus razones para tomar decisiones que a veces nos hacen sufrir. ¿Qué razones?, ¿por qué? Tampoco lo sabremos hasta el último soplo del corazón…

¿Entonces qué nos queda? Quedamos nosotros, nuestros hermanos, nuestra madre, algunos amigos, la naturaleza. Por esas razones vale la pena vivir.

Después vendrán nuestros hijos, quienes serán un rayo de luz después de un largo caminar oscuro, serán una parte de nosotros y de los que ya se fueron, serán nuestra valentía ante la vida y una de las pocas formas de brindar un legado al mundo.

Nos quedan los libros, recuento de sabiduría y conocimiento.

Nos queda escribir...

 

El espejo

Mario Urquiza Montemayor | México

 

El silencio siempre está cerca, en ocasiones nos acomedimos a él sin saber que se ha servido de la noche, ha vestido con la calidez de los días de mayo y ha acudido sin ningún reproche cuando las palabras no alcanzan, entonces se suspenden, en esta habitación que a solas sigue siendo el sitio que me crea al habitarlo. ¿Qué podría hacerse con tanto silencio si no he visto a nada ni a nadie durante meses? Podría vender unos cuantos silencios a las personas que saludo en la calle, pero todos van de prisa... Una venta exitosa tendría que terminar con un intercambio de sonrisas, pero hoy en día es difícil saber si han respondido con una sonrisa equivalente o aún más generosa. Volví a casa con la esperanza de encontrar algo más en este sitio. Empeñar silencios en hojas sueltas resulta conveniente cuando no se cuenta con una voz que ejerza su derecho a sumar algo nuevo. Al cabo de algunos minutos, escribí algo que bien podría funcionar de conversación, breve y concisa, me limité a contestar con las palabras que arrojaba el instante, me mantuve en la línea porque sabía que los días serían igual, el espejo que aguardaba detrás de la puerta era el único testigo de las tragedias diarias, se limitaba a observar sin decir ninguna palabra, en ocasiones, sin aviso alguno, se apropiaba de mis ojos, se acercaba a la ventana y se dedicaba a observar por horas a los pájaros en los árboles, tenía toda la curiosidad de un gato. Otras veces se empeñaba en rebuscar en toda la habitación, hundía sus manos en todos los cajones con esa misma expresión... Se detenía con cada cosa que encontraba, en ocasiones volvía la cabeza como si quisiera preguntarme ¿qué era? y ¿para qué servía?, pero se quedaba callado y sólo hacia una mueca. Recuerdo que entre todas las cosas que encontró, una navaja suiza lo entretuvo en su intento por averiguar qué era, temí que de tanto moverle saliera una navaja y se cortara por accidente, muy adentro de mí quería que pasara para ver su reacción. Por un momento imaginé el filo de la navaja como un fuego controlado en línea recta en la piel.  Afortunadamente nada de esto pasó, lo supe cuando encontró el álbum familiar de fotografías, repasó todas las páginas hasta que se detuvo en una y la contempló por más de tres minutos sin antes preguntarme, ¿desde hace cuánto no vemos a nuestro padre?

 

Encierro con motivos kafkianos

Lucio Arreola Barroso | México

 

Un mal día desperté rodeado de cucarachas, sin ser, yo mismo, insecto. Tal contradicción, no obstante, fue la causa de mi mayor aflicción.

Escaladoras de paredes más que visibles, cuyo crepitar nocturno, durante mis noches de insomnio, he confundido con el roer de ratas. Habitantes de las cloacas y de los basureros: sus mandíbulas, alas y patas se posan sobre mi alimento. No hay botella de alcohol ni encendedor que las consuma por completo. Interminable tarea es aplastar, con ayuda de mi calzado, a su ilimitado ejército. El veneno que vierto sobre ellas, mediante aerosoles, también es mi veneno.

Las más pequeñas son las más abundantes y causa de mis déjà vu. Seres de inusitada temeridad: las medianas no se pasman frente a la posibilidad de arrojarse al vacío. Durante nuestras encarnizadas luchas, se precipitan hacia mí, como guerreros. En cambio, las de mayor tamaño brotan de los más insospechados rincones: del fondo de una kalimba de calabaza que magnifica sus voces, de un organizador de escritorio en el que jamás imaginé que podrían habitar y de los libreros en los que solía hallar los motivos de mis más serenas reflexiones. Se deslizan debajo de cada puerta, y sus cadáveres pululan en un cuarto abandonado, repleto de tiliches y polvo, como anquilosado en otros tiempos.

Sueño que se arrastran en masa sobre mi cama y sobre mi cuerpo. Sueño con los mismos convulsos huevecillos que alguna vez encontré en un cajón, instalados en mis oídos y en mi boca.  En más de una ocasión, he sentido a uno de estos malditos bichos deslizarse sobre el mismo sillón en el que suelo yacer dormido.

A pesar de todo, si he de seguir vivo, será rodeado de ellas. Pero, en medio de mi soledad, su presencia se ha tornado tan abrumadora que, mucho me temo, una mal noche, acabaré devorado por ellas.

 

Extinción

César Abraham Navarrete Vázquez | México

 

Hubo una época en la que el monstruo enano se guareció medroso por una pandemia que redujo a su comunidad. Así, pudimos postergar nuestro final un poco más de tiempo y gozar del paraíso que describían los anales. Volvimos a morar en el aire, la tierra y el agua. Nuestras poblaciones florecieron y nos esperanzamos con el porvenir. Aunque no debimos hacerlo: los carniceros abandonaron su escondrijo, ávidos de mundo, y acabaron con él y con nosotros.

 

431 días de encierro

Maggylue | México

 

Han transcurrido 431 días encerrada en casa. Inició paulatinamente, primero un enfermo, luego varios, posteriormente las personas empezaron a morir una a una… se empezaron a difundir cifras, estadísticas. En eso se convirtieron las personas, solamente en estadísticas. Una y otra vez nos dijeron que no pasaba nada, que saliéramos y nos abrazáramos. En mi caso yo no podía hacerlo, no podía acercarme y abrazar a los demás, pero ahora esa particularidad se volvió tan tangible que duele.

El día que comenzó todo, podría llamarlo el día cero, la tensión se sentía en el aire, en la memoria recojo miradas furtivas, mensajes encontrados y una frase que finalmente marcó el destino de una sociedad (Jornada Nacional de Sana Distancia). A pesar de todo, confié en que serían pocos días y que regresaríamos pronto fortalecidos. Creo que mi perspectiva era compartida por gran parte de la sociedad. Esperanza es la palabra que, aún sin decirse, permeaba en el aire.

Los primeros días de encierro fueron tranquilos, pensé que serían pocos días pero no hay peor ciego que el que no quiere ver. El guardarme en casa y poner de mi parte para que se restableciera la normalidad chocó pronto con la percepción de aquellos que aún pensaron que no pasaba nada, con las teorías conspirativas, con los muertos ajenos, con el a mí no me va a pasar.

Y nos alcanzó a todos, la cifra se volvió persona, vecino, hermano, padre, madre, primero los viejos y antes de darnos cuenta la muerte no hizo distinción entre rico o pobre, viejo o joven, ignorante o preparado, nos dio la mejor lección de democracia y abrazó a todos por igual. No quiero hablar del dolor para no aferrarme a él, quiero tomarlo como un hecho que finalmente llegó y tuvimos que vivirlo para poder seguir, una dolorosa experiencia con la que hemos de vivir cada momento.

Ahora el tiempo transcurre lento y difuso, ahora pocas veces sé qué día de la semana estoy viviendo, pero ese tiempo ha dejado huella que difícilmente podremos borrar. Nadie me había dicho que los fideos podían mezclarse con elote de lata y generar un nuevo sabor en la gastronomía, o que las galletas saladas pueden acompañar cualquier sopa aguada, que los amigos y familiares podrían verse sólo a través de Zoom o Meet y a veces por WhatsApp y que sus imágenes se verían tan difusas e irreales que parecerían ser parte de mi imaginación; que el contacto humano que hemos rechazado tantas veces lo necesitaríamos tanto.

Que el otro es el nuestro, que las personas no son sólo cifras, que  el cuidarte a ti mismo es cuidar a los otros y que el respeto al espacio es la esperanza de seguir al menos un día más.

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  • El espejo | Mario Urquiza Montemayor
  • Encierro con motivos kafkianos | Lucio Arreola Barroso
  • Extinción | César Abraham Navarrete Vázquez
  • 431 días de encierro | Maggylue

 

Cuando llega la muerte

Paulina Alejandra García González | México

 

En memoria de Jesús Fregoso y Jacobo Moreno,
grandes maestros de la fotografía y la música

 

Cuando llega la muerte se detiene el cantar de los pájaros y la luz no alumbra más.

Cuando llega la muerte el cielo parece triste, se nubla; llora con nosotros.

Cuando llega la muerte, nos vulnera, nos transforma, nos hace recordar lo que somos y entonces… queremos morir también.

Cuando llega la muerte, recordamos, sentimos, volvemos a vivir momentos bellos, que ahora parecen tristes porque no volverán a ocurrir.

La muerte golpea, juega con la vida, ríe.

Muestra cuán poderosa es cuando creímos que todo iba bien; pero la vida también lo hace, existe siempre esa dualidad: el bien y el mal, el blanco y negro, el ying y el yang.

Existe la muerte porque existe la vida y no podrían ser la una sin la otra.

¿Por qué morimos?, ¿quién sabe? Qué tan sano sería vivir una vida eterna, nos sentiríamos solos, conoceríamos todo, nada nos asombraría.

¿Qué hay más allá? No podemos saberlo hasta entonces... sólo queda esperar. Pero creo firmemente que Dios existe, existe y observa; siente con nosotros. Él debe tener sus razones para tomar decisiones que a veces nos hacen sufrir. ¿Qué razones?, ¿por qué? Tampoco lo sabremos hasta el último soplo del corazón…

¿Entonces qué nos queda? Quedamos nosotros, nuestros hermanos, nuestra madre, algunos amigos, la naturaleza. Por esas razones vale la pena vivir.

Después vendrán nuestros hijos, quienes serán un rayo de luz después de un largo caminar oscuro, serán una parte de nosotros y de los que ya se fueron, serán nuestra valentía ante la vida y una de las pocas formas de brindar un legado al mundo.

Nos quedan los libros, recuento de sabiduría y conocimiento.

Nos queda escribir...

 

El espejo

Mario Urquiza Montemayor | México

 

El silencio siempre está cerca, en ocasiones nos acomedimos a él sin saber que se ha servido de la noche, ha vestido con la calidez de los días de mayo y ha acudido sin ningún reproche cuando las palabras no alcanzan, entonces se suspenden, en esta habitación que a solas sigue siendo el sitio que me crea al habitarlo. ¿Qué podría hacerse con tanto silencio si no he visto a nada ni a nadie durante meses? Podría vender unos cuantos silencios a las personas que saludo en la calle, pero todos van de prisa... Una venta exitosa tendría que terminar con un intercambio de sonrisas, pero hoy en día es difícil saber si han respondido con una sonrisa equivalente o aún más generosa. Volví a casa con la esperanza de encontrar algo más en este sitio. Empeñar silencios en hojas sueltas resulta conveniente cuando no se cuenta con una voz que ejerza su derecho a sumar algo nuevo. Al cabo de algunos minutos, escribí algo que bien podría funcionar de conversación, breve y concisa, me limité a contestar con las palabras que arrojaba el instante, me mantuve en la línea porque sabía que los días serían igual, el espejo que aguardaba detrás de la puerta era el único testigo de las tragedias diarias, se limitaba a observar sin decir ninguna palabra, en ocasiones, sin aviso alguno, se apropiaba de mis ojos, se acercaba a la ventana y se dedicaba a observar por horas a los pájaros en los árboles, tenía toda la curiosidad de un gato. Otras veces se empeñaba en rebuscar en toda la habitación, hundía sus manos en todos los cajones con esa misma expresión... Se detenía con cada cosa que encontraba, en ocasiones volvía la cabeza como si quisiera preguntarme ¿qué era? y ¿para qué servía?, pero se quedaba callado y sólo hacia una mueca. Recuerdo que entre todas las cosas que encontró, una navaja suiza lo entretuvo en su intento por averiguar qué era, temí que de tanto moverle saliera una navaja y se cortara por accidente, muy adentro de mí quería que pasara para ver su reacción. Por un momento imaginé el filo de la navaja como un fuego controlado en línea recta en la piel.  Afortunadamente nada de esto pasó, lo supe cuando encontró el álbum familiar de fotografías, repasó todas las páginas hasta que se detuvo en una y la contempló por más de tres minutos sin antes preguntarme, ¿desde hace cuánto no vemos a nuestro padre?

 

Encierro con motivos kafkianos

Lucio Arreola Barroso | México

 

Un mal día desperté rodeado de cucarachas, sin ser, yo mismo, insecto. Tal contradicción, no obstante, fue la causa de mi mayor aflicción.

Escaladoras de paredes más que visibles, cuyo crepitar nocturno, durante mis noches de insomnio, he confundido con el roer de ratas. Habitantes de las cloacas y de los basureros: sus mandíbulas, alas y patas se posan sobre mi alimento. No hay botella de alcohol ni encendedor que las consuma por completo. Interminable tarea es aplastar, con ayuda de mi calzado, a su ilimitado ejército. El veneno que vierto sobre ellas, mediante aerosoles, también es mi veneno.

Las más pequeñas son las más abundantes y causa de mis déjà vu. Seres de inusitada temeridad: las medianas no se pasman frente a la posibilidad de arrojarse al vacío. Durante nuestras encarnizadas luchas, se precipitan hacia mí, como guerreros. En cambio, las de mayor tamaño brotan de los más insospechados rincones: del fondo de una kalimba de calabaza que magnifica sus voces, de un organizador de escritorio en el que jamás imaginé que podrían habitar y de los libreros en los que solía hallar los motivos de mis más serenas reflexiones. Se deslizan debajo de cada puerta, y sus cadáveres pululan en un cuarto abandonado, repleto de tiliches y polvo, como anquilosado en otros tiempos.

Sueño que se arrastran en masa sobre mi cama y sobre mi cuerpo. Sueño con los mismos convulsos huevecillos que alguna vez encontré en un cajón, instalados en mis oídos y en mi boca.  En más de una ocasión, he sentido a uno de estos malditos bichos deslizarse sobre el mismo sillón en el que suelo yacer dormido.

A pesar de todo, si he de seguir vivo, será rodeado de ellas. Pero, en medio de mi soledad, su presencia se ha tornado tan abrumadora que, mucho me temo, una mal noche, acabaré devorado por ellas.

 

Extinción

César Abraham Navarrete Vázquez | México

 

Hubo una época en la que el monstruo enano se guareció medroso por una pandemia que redujo a su comunidad. Así, pudimos postergar nuestro final un poco más de tiempo y gozar del paraíso que describían los anales. Volvimos a morar en el aire, la tierra y el agua. Nuestras poblaciones florecieron y nos esperanzamos con el porvenir. Aunque no debimos hacerlo: los carniceros abandonaron su escondrijo, ávidos de mundo, y acabaron con él y con nosotros.

 

431 días de encierro

Maggylue | México

 

Han transcurrido 431 días encerrada en casa. Inició paulatinamente, primero un enfermo, luego varios, posteriormente las personas empezaron a morir una a una… se empezaron a difundir cifras, estadísticas. En eso se convirtieron las personas, solamente en estadísticas. Una y otra vez nos dijeron que no pasaba nada, que saliéramos y nos abrazáramos. En mi caso yo no podía hacerlo, no podía acercarme y abrazar a los demás, pero ahora esa particularidad se volvió tan tangible que duele.

El día que comenzó todo, podría llamarlo el día cero, la tensión se sentía en el aire, en la memoria recojo miradas furtivas, mensajes encontrados y una frase que finalmente marcó el destino de una sociedad (Jornada Nacional de Sana Distancia). A pesar de todo, confié en que serían pocos días y que regresaríamos pronto fortalecidos. Creo que mi perspectiva era compartida por gran parte de la sociedad. Esperanza es la palabra que, aún sin decirse, permeaba en el aire.

Los primeros días de encierro fueron tranquilos, pensé que serían pocos días pero no hay peor ciego que el que no quiere ver. El guardarme en casa y poner de mi parte para que se restableciera la normalidad chocó pronto con la percepción de aquellos que aún pensaron que no pasaba nada, con las teorías conspirativas, con los muertos ajenos, con el a mí no me va a pasar.

Y nos alcanzó a todos, la cifra se volvió persona, vecino, hermano, padre, madre, primero los viejos y antes de darnos cuenta la muerte no hizo distinción entre rico o pobre, viejo o joven, ignorante o preparado, nos dio la mejor lección de democracia y abrazó a todos por igual. No quiero hablar del dolor para no aferrarme a él, quiero tomarlo como un hecho que finalmente llegó y tuvimos que vivirlo para poder seguir, una dolorosa experiencia con la que hemos de vivir cada momento.

Ahora el tiempo transcurre lento y difuso, ahora pocas veces sé qué día de la semana estoy viviendo, pero ese tiempo ha dejado huella que difícilmente podremos borrar. Nadie me había dicho que los fideos podían mezclarse con elote de lata y generar un nuevo sabor en la gastronomía, o que las galletas saladas pueden acompañar cualquier sopa aguada, que los amigos y familiares podrían verse sólo a través de Zoom o Meet y a veces por WhatsApp y que sus imágenes se verían tan difusas e irreales que parecerían ser parte de mi imaginación; que el contacto humano que hemos rechazado tantas veces lo necesitaríamos tanto.

Que el otro es el nuestro, que las personas no son sólo cifras, que  el cuidarte a ti mismo es cuidar a los otros y que el respeto al espacio es la esperanza de seguir al menos un día más.